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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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vez vestida, permanecí junto a la ventana, mirando los campos silenciosos iluminados por<br />

la luna, en espera no sabía de qué. Suponía que seguiría algún acontecimiento al grito, la<br />

lucha y la petición de socorro.<br />

La tranquilidad renació. Cesaron gradualmente movimientos y murmullos y<br />

Thornfield Hall quedó silencioso como un desierto. Dijérase que el sueño y la noche habían<br />

restablecido un imperio. Como estar sentada en la oscuridad y con el frío que hacía era<br />

poco agradable, resolví tenderme, vestida, sobre el lecho. Me aparté de la ventana y me<br />

deslicé sin ruido sobre la alfombra. Cuando estaba descalzándome, una mano golpeó<br />

suavemente la puerta.<br />

-¿Me necesitan? -pregunté.<br />

-¿Está usted levantada y vestida? -preguntó la voz de Rochester.<br />

-Sí, señor.<br />

-Entonces salga sin hacer ruido.<br />

Obedecí. Mr. Rochester estaba en la galería, llevando una luz.<br />

-La necesito -dijo-. Sígame sin que nos sientan. Gracias a mis zapatillas, pude<br />

recorrer la galería tan silenciosamente como un gato. Subimos las escaleras y nos<br />

detuvimos en el oscuro corredor del aciago tercer piso. Rochester me precedía.<br />

-¿Tiene usted sales? -cuchicheó-. ¿Y una esponja?<br />

-Sí, señor.<br />

-Tráigalos.<br />

Bajé a mi cuarto, cogí la esponja y las sales y volví sobre mis pasos. Él me<br />

esperaba. Llevaba una llave en la mano. La introdujo en la cerradura de una de las<br />

puertecillas negras del pasillo, se detuvo un instante y me preguntó:<br />

-¿No le asusta la sangre?<br />

-Creo que no. Hasta ahora, nunca...<br />

Me estremecí al contestarle, pero no era de frío ni por debilidad.<br />

-Deme la mano -dijo-. Hay que prevenir un mareo...<br />

Puse mis dedos en los suyos. Él murmuró «¡Ánimo!» y abrió la puerta.<br />

Era un cuarto que yo recordaba haber visto antes: el día en que Mrs. Fairfax me<br />

mostró la casa. Entonces tenía las paredes tapizadas, pero ahora habían desaparecido los<br />

tapices, permitiendo distinguir una puerta antes disimulada debajo de ellos. La puerta<br />

estaba abierta y de ella salía luz. Oí un sonido semejante al quejido de un perro. Mr.<br />

Rochester, dejando la bujía, me dijo: «Espere un minuto», y entró en el cuarto interior.<br />

Una carcajada le acogió al entrar, terminando en el característico «¡Ja, ja!», de Grace<br />

Poole. Ella estaba, pues, allí. Rochester no habló, pero debió de dar algunas órdenes<br />

silenciosas. Oí una voz reprimida que le interpelaba. Luego salió y cerró la puerta tras<br />

de sí.<br />

-Venga aquí, <strong>Jane</strong> -dijo. Y me condujo junto a un lecho cubierto con cortinas<br />

oscuras. Al lado de la cabecera había una butaca y en ella sentado estaba un hombre sin<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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