Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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un escabel, apoyaba la cabeza en las rodillas de Diana y oía alternativamente, a ella y a<br />
Mary, profundizar y glosar el tema que yo apenas había desflorado. Diana me ofreció<br />
enseñarme el alemán. Me gustaba aprender con ella, y a ella no le placía menos<br />
instruirme. El resultado de aquella afinidad de nuestros temperamentos fue el afecto que<br />
se desarrolló entre nosotras. Descubrieron que yo sabía pintar e inmediatamente<br />
pusieron a mi disposición sus calas y útiles de dibujo. Les sorprendió y encantó<br />
encontrar que siquiera en un aspecto las superaba. Mary se sentaba a mi lado para<br />
verme trabajar y tomar lecciones, y se convirtió en una discípula inteligente, asidua y<br />
dócil. Así ocupadas y entretenidas, los días pasaban como minutos y las semanas como<br />
días.<br />
La intimidad que tan rápida y naturalmente brotó entre las jóvenes y yo, no se<br />
extendió a su hermano. Una de las razones de ello era que él estaba en casa<br />
relativamente poco, ya que solía dedicar su tiempo a visitar a sus feligreses pobres y<br />
enfermos.<br />
Lloviese o hiciera viento, una vez pasadas las horas que dedicaba al estudio,<br />
tomaba el sombrero y seguido de Carlo, el viejo perro de caza, salía a cumplir su<br />
misión. Yo ignoraba si ésta le era agradable o si simplemente la consideraba como un<br />
deber. Cuando el tiempo era muy malo, sus hermanas insistían para que no saliera, pero<br />
él contestaba con una sonrisa más solemne que amable:<br />
-Si el viento o la lluvia me detuviesen en el cumplimiento de mi labor, ¿cómo<br />
podría prepararme a la tarea que he resuelto realizar en el porvenir?<br />
Diana y Mary contestaban con un suspiro y quedaban pensativas.<br />
A más de sus frecuentes ausencias, el carácter reservado y concentrado de John<br />
Rivers elevaba en torno suyo una barrera que impedía la amistad con él. Celoso de su<br />
ministerio, impecable en su vida y costumbres, no parecía gozar, sin embargo, de la<br />
interior satisfacción, de la serenidad espiritual que debe ser característica de todo<br />
cristiano sincero y todo filántropo práctico. A veces, por las tardes, al sentarse junto a la<br />
ventana, con sus papeles ante sí, dejaba de escribir o de leer y se entregaba a no sé qué<br />
clase de pensamientos, que evidentemente, le excitaban y le perturbaban, como se podía<br />
apreciar por la expresión de sus ojos.<br />
La naturaleza, además, parecía no ofrecer tanto encanto para él como para sus<br />
hermanas. Una vez habló ante mí del afecto que experimentaba hacia su hogar y hacia<br />
aquellas colinas que lo rodeaban, pero más que contento, creí adivinar una sombra de<br />
tristeza en sus palabras.<br />
Era tan poco comunicativo, que, no me resultaba fácil apreciar la magnitud o<br />
estrechez de su inteligencia. La primera idea real que tuve de ella fue cuando le oí predicar<br />
en la iglesia de Morton. Describir aquel sermón escapa a mi capacidad. Imposible expresar<br />
fielmente el efecto que me produjo.<br />
Empezó a hablar con calma y su voz poderosa y sus conceptos enérgicos,<br />
contenidos, comprimidos, condensados, resultaban de una fuerza infinita. El corazón<br />
quedaba traspasado y la mente atónita ante las palabras del predicador. No había en ellas<br />
blandura, ni abundaban los consuelos. Sentíase en ellas más bien una amargura extraña,<br />
percibíanse frecuentes alusiones a las doctrinas calvinistas -elección, predestinación,<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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