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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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-¡Buenas tragaderas debe de tener! -dijo la sirvienta. -¡Y usted que lo diga! -<br />

replicó Leah, que sin duda entendía lo que la otra quería indicar con aquello-. No<br />

quisiera estar en su caso ni por todo lo que gana.<br />

-¡Claro que no! Me asombra que el amo...<br />

Leah se volvió en aquel momento y, al verme, hizo un guiño a la asistenta.<br />

-¿Es que no lo sabe? -oí cuchichear a la mujer. Leah movió la cabeza y la<br />

conversación se interrumpió. Cuanto pude sacar en limpio fue que en Thornfield había<br />

un misterio y que de él, deliberadamente, se me excluía a mí.<br />

Llegó el jueves. La noche anterior se había concluido todo el trabajo: las<br />

alfombras estaban limpias y extendidas, los lechos preparados, dispuestos los tocadores,<br />

bruñida la vajilla, las flores colocadas en los jarrones. Alcobas y salones parecían tan<br />

flamantes como si fueran nuevos. El vestíbulo relucía. Tanto el reloj como las escaleras<br />

y las barandillas había sido encerados y brillaban como espejos. Los aparadores, en el<br />

comedor, resplandecían de plata. En el salón y el gabinete se veían por todas partes<br />

jarrones exóticos.<br />

Por la tarde, Mrs. Fairfax se puso su mejor vestido de raso negro y su reloj de<br />

oro, a fin de recibir a los invitados, llevar a sus cuartos a las señoras, etc. Adèle quiso<br />

también que la vistiésemos, aunque yo pensaba que no era probable que la presentasen a<br />

los invitados, por lo menos aquel día. Sin embargo, para complacerla, encargué a<br />

Sophie que la vistiese con un bonito traje de muselina, muy corto. En cuanto a mí, no<br />

era necesario que cambiase de ropa. Nadie iba a ir a reclamarme a mi santuario del<br />

cuarto de estudio, que en santuario, en efecto, se había convertido para mí: en un<br />

verdadero «agradable refugio en los tiempos calamitosos»...<br />

Era uno de esos serenos días de primavera, de fines de marzo o primeros de<br />

abril, tan llenos de sol que parecen heraldos del verano. En aquel momento tocaba ya a<br />

su fin, pero el atardecer era agradable y tibio. Yo hacía labor al lado de la abierta<br />

ventana del cuarto de estudio.<br />

-Es bastante tarde -dijo Mrs. Fairfax, entrando, con gran crujido de faldas, en la<br />

habitación-. Me alegro de haber mandado preparar la comida para una hora después de<br />

la que Mr. Rochester indicaba, porque son más de las seis. He enviado a John a la verla,<br />

a ver si divisa llegar a los señores por el camino.<br />

Se acercó a la ventana.<br />

-¡Ahí está! ¡John! -gritó asomándose-. ¿Qué hay? -Ya vienen, señora -respondió<br />

él-. Estarán aquí dentro de diez minutos.<br />

Adèle se precipitó a la ventana. Yo la seguí, colocándome tras la cortina de<br />

modo que pudiese ver sin ser vista. Los diez minutos que anunciara John me parecieron<br />

muy largos, más al fin se oyó rumor de ruedas y vimos aparecer cuatro jinetes seguidos<br />

de dos coches abiertos llenos de plumas y velos flotantes. Dos de los jinetes eran<br />

jóvenes y arrogantes; el tercero era Mr. Rochester, montando Mescour, su caballo<br />

negro. Piloto corría a su lado. Rochester iba emparejado con una amazona, y ambos<br />

marchaban a la cabeza del grupo. Los vuelos del rojo traje de montar de la señora<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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