Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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grandes intervalos, tres sonidos: una pisada, una breve repetición de aquella especie de<br />
gruñido canino que a veces sintiera y un quejido humano.<br />
¿Qué clase de criminal -pensaba yo- era aquella que vivía en una casa cuyo<br />
propietario no podía expulsarla ni someterla? ¿Qué misterio, ora suelto en llamas, ora<br />
en sangre, acontecía en aquellas noches oscuras? ¿Qué clase de ser era aquél?<br />
¿Y por qué aquel hombre, aquel extranjero de tan insignificante aspecto que se<br />
hallaba ante mí, había sido envuelto en la ola de horror? ¿Por qué la Furia había caído<br />
sobre él? ¿Qué hacía a deshora en tal lugar inusitado de la casa, cuando debía<br />
encontrarse en su alcoba? ¿Qué le había traído hasta aquí? ¿Y por qué se resignaba a la<br />
violencia de que fuera víctima? ¿Por qué se sometía a la ocultación a que Rochester le<br />
forzaba? ¿Por qué Rochester toleraba aquello? Su huésped había sido agredido, su<br />
propia vida había corrido peligro una vez y, sin embargo, guardaba en secreto ambos<br />
atentados. Yo había visto a Mason aceptar la voluntad de Rochester: las pocas palabras<br />
cruzadas entre ellos me lo demostraban. Era evidente que en las anteriores relaciones de<br />
ambos la pasiva disposición de ánimo de uno de ellos debía haber sido influida por la<br />
energía del otro. ¿Por qué, pues, aquel abatimiento de Rochester cuando supo la llegada<br />
de Mason? ¿Por qué la noticia de la llegada de aquel a quien dominaba como a un niño<br />
había caído sobre él como un rayo sobre un roble?<br />
Imposible olvidar su mirada y su palidez al murmurar: «Estoy anonadado, <strong>Jane</strong>»,<br />
ni el temblor de su brazo al apoyarse, entonces, en el mío. Es imposible también<br />
esclarecer lo que podía impresionar de tal modo el resuelto ánimo y la energía de<br />
Fairfax Rochester.<br />
«¿Cuándo vendrá, cuándo vendrá?», me preguntaba, impaciente, a lo largo de<br />
aquella interminable noche, mientras mi ensangrentado compañero sangraba más y más,<br />
suspiraba y desfallecía. Pero no llegaba el día ni nadie venía en nuestro socorro. Cada<br />
vez con más frecuencia había de aplicar agua a los exangües labios de Mason y hacerle<br />
oler las sales. Pero mis esfuerzos parecían estériles. Fuese la pérdida de sangre, el<br />
sufrimiento físico, el mental, o todo reunido, el caso era que aquel hombre estaba muy<br />
postrado. Se quejaba de un modo tal, parecía tan agotado y débil, que yo le suponía<br />
moribundo. ¡Y, sin embargo, no podía hablarle!<br />
La bujía se apagó. A través de las cortinas de la ventana distinguí una claridad<br />
gris: el alba se aproximaba. Oí ladrar a Piloto y mi esperanza renació. Cinco minutos<br />
más tarde, la llave rechinó en la cerradura, y me sentí aliviada. La espera no debía de<br />
haber durado más de dos horas, pero muchas semanas de mi vida me parecieron más<br />
cortas que aquella noche.<br />
Mr. Rochester entró y, con él, el médico que había ido a buscar.<br />
-Escuche, Carter: sólo le doy media hora - dijo Mr. Rochester a su acompañante-<br />
para curar la herida, vendarla y poner a este hombre en condiciones de marcharse.<br />
-¿Y si se desmaya al moverse?<br />
-No se trata de nada serio. Es que es un hombre muy nervioso y...<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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