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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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Esperaba una contestación violenta a una manera tan inoportuna de reanudar la<br />

conversación, pero, por el contrario, salió de su abstracción y me miró sin aquella expresión<br />

sombría que antes tuvieran sus ojos.<br />

-¡Me había olvidado de Céline! Pues bien, cuando la vi acompañada de un<br />

caballero, me pareció escuchar el silbido de un reptil, y la serpiente de los celos, a través de<br />

mis carnes, penetró hasta el fondo de mi corazón. ¡Qué raro es -exclamó Mr. Rochester de<br />

pronto- que yo la haya elegido a usted por confidente, jovencita! Y más raro aún que usted<br />

me escuche con esa serenidad, como si fuera lo más corriente del mundo que un hombre<br />

cuente cosas de su querida a una muchacha inexperta. Pero la última singularidad explica la<br />

primera, como ya le dije una vez: usted, con su seriedad, su prudencia y su buen juicio, está<br />

hecha como a la medida para ser depositaria de confidencias. Además, conozco la clase de<br />

espíritu con el que comunico, y estoy seguro de que no le contagiaré ninguna maldad. Es un<br />

espíritu especial, acaso único. Las maldades que le cuente no la infestarán y, en cambio, el<br />

confesárselas me alivia...<br />

Después de aquella disgregación continuó: -Continué en el balcón, suponiendo que<br />

subirían al gabinete y que desde mi puesto podría verles y oírles. Corrí las cortinas del<br />

balcón, dejando el resquicio suficiente para ver, y entorné las puertas, a fin de poderles oír.<br />

Entonces volví a sentarme. Como esperaba, la pareja subió al gabinete. La doncella de<br />

Céline llevó una lámpara, la dejó sobre una mesa y se retiró. Ambos se quitaron los abrigos<br />

y Céline apareció deslumbrante de sedas y joyas -regalos míos, por supuesto-... Él era un<br />

oficial vestido de uniforme, un bellaco de vizconde, un joven disoluto y vacío de mollera, a<br />

quien yo conociera en sociedad y en el que nunca pensara sino para despreciarle. Al<br />

reconocerle, la serpiente de los celos dejó de morder mi corazón, porque mi amor por<br />

Céline se había disipado instantáneamente. Una mujer que me traicionaba con un rival<br />

como aquél, no era digna de afecto.<br />

»Comenzaron a hablar: su conversación era tan vulgar, insípida y estúpida que más<br />

bien aburría que animaba a escuchar. En la mesa había una tarjeta mía y ello me convirtió<br />

en tema de su charla. Ninguno de ellos poseía bastante capacidad para ofenderme de un<br />

modo profundo, pero me insultaron cuanto pudieron a su mezquina manera, sobre todo<br />

Céline, que hizo hincapié en mis defectos físicos. ¡Y ante mí se mostraba ferviente<br />

admiradora de lo que calificaba mi belleza varonil!... En eso difería diametralmente de<br />

usted, que en nuestra segunda entrevista me dijo francamente que le parecía feo. El<br />

contraste me chocó tanto que...<br />

Adèle llegó corriendo otra vez.<br />

-John dice que ha llegado el administrador y que desea verle.<br />

-Bien: hay que abreviar. Abrí el balcón, entré en el gabinete, notifiqué a Céline que<br />

le retiraba mi protección, y la conminé a abandonar el hotel, ofreciéndola una cantidad para<br />

sus necesidades inmediatas. No hice caso alguno de sus histerismos, súplicas, protestas y<br />

ademanes trágicos. Me cité con el vizconde para el día siguiente, en el bosque de Boulogne,<br />

y tuve el placer de alojarle una bala en uno de sus brazos, más débiles que las alas de un<br />

pollito. Pero desgraciadamente, la Varens, a los seis meses, dio a luz esa muchachita, Adèle,<br />

asegurando que era hija mía. Acaso sea cierto, aunque no veo en sus rasgos semejanza alguna<br />

conmigo. Piloto se me parece más. Años después de haber roto yo con su madre, ésta<br />

abandonó a la niña y se fue a Italia con un músico o cantante, no sé qué... Adèle no tiene<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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