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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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Se abrió la puerta más próxima y salió de ella una criada: una mujer de treinta a<br />

cuarenta años, de figura maciza, de rojos cabellos, de cara chata. Imposible imaginar una<br />

aparición menos fantasmal y menos novelesca.<br />

-No haga tanto ruido, Grace -dijo la anciana-. Recuerde mis órdenes.<br />

Grace se fue sin decir palabra.<br />

-Esta mujer ayuda a Leah en su trabajo -dijo la viuda-. En ciertos aspectos deja algo<br />

que desear, pero hace bastante bien las faenas domésticas. Y, dígame, ¿qué le parece su<br />

nueva discípula?<br />

La conversación, así derivada hacia Adèle, continuó hasta que alcanzamos las<br />

agradables y luminosas regiones inferiores. Adèle, que se nos reunió en el vestíbulo,<br />

exclamó:<br />

-La comida está en la mesa, señoras. -Y añadió: tengo mucho apetito...<br />

La comida, en efecto, se hallaba ya a punto en el gabinete de Mrs. Fairfax.<br />

XII<br />

La esperanza de que mi vida transcurriese sin ulteriores deseos de novedad, como<br />

cabía suponer en virtud de mis primeras impresiones en Thornfield Hall, comenzó a<br />

disiparse a medida que fui adquiriendo mayor conocimiento del lugar y sus habitantes. Y<br />

no porque me encontrase a disgusto. Mrs. Fairfax era, como aparentaba, una mujer de<br />

plácido carácter y amable natural, de bastante educación y mediana inteligencia. Mi<br />

discípula era una niña muy viva que, por estar muy mimada, tenía a veces caprichos y<br />

antojos; pero como se hallaba enteramente confiada a mi cuidado, sin ajenas intromisiones,<br />

pronto rectificó sus defectillos y se hizo obediente y tratable. No tenía ni mucho talento, ni<br />

acusados rasgos de carácter ni un especial desarrollo de sentimientos o inclinaciones que la<br />

elevasen sobre el nivel habitual de los niños de su edad, pero tampoco vicios o faltas peores<br />

de lo corriente. Hizo razonables progresos en sus estudios y pronto experimentó hacia mí<br />

un vivo, aunque quizá no muy profundo, afecto. Y como ella era sencilla, alegre y amiga de<br />

complacer, me inspiró la suficiente simpatía para que las dos nos sintiéramos contentas la<br />

una de la otra.<br />

Este lenguaje, entre paréntesis, puede parecer tibio a aquellos que sustentan<br />

solemnes doctrinas sobre la naturaleza angelical de los niños y sobre el deber de que los<br />

encargados de su educación profesen hacia ellos un afecto idolátrico, pero yo no escribo<br />

para adular egoísmos paternos ni para repetir tópicos. Yo sentía solícito interés por la<br />

instrucción y el bienestar de Adéle y experimentaba sincero agradecimiento hacia la<br />

amabilidad de Mrs. Fairfax; todo ello de modo reposado y tranquilo.<br />

En ocasiones, mientras Adèle jugaba con su niñera y Mrs. Fairfax estaba ocupada<br />

en la despensa, yo salía a dar un paseo sola. Otras veces, subía las escaleras que<br />

conducían al último piso, alcanzaba el ático y, desde arriba, contemplaba campos y<br />

colinas. Más allá de la línea del horizonte existía, según imaginaba, un mundo activo,<br />

ciudades, regiones llenas de vida que conocía por referencia, pero que no había visto<br />

jamás. Y sentía en mi interior el afán de ver todo aquello de cerca, de tratar más gentes,<br />

de experimentar el encanto de otras personas. Apreciaba cuanto había de bueno en Mrs.<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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