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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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devolver el calor y la elasticidad a mis miembros entumecidos y embotados por un viaje<br />

de dieciséis horas, que son las que median entre las cuatro de la madrugada, en que salí<br />

de Lowton, y las ocho de la noche, que en este momento están sonando en el reloj del<br />

municipio de Millcote.<br />

No imagines, lector, que mi aspecto tranquilo refleja la serenidad de mi ánimo. Al<br />

pararse la diligencia, yo esperaba que alguien me aguardase. Miré, pues, afanosa, en torno<br />

mío, mientras me apeaba utilizando los peldaños de la escalerita colocada al efecto para mi<br />

comodidad, intentando descubrir algo que se pareciese al coche que, sin duda, debía<br />

conducirme a Thornfield y oír alguna voz que pronunciase mi nombre. Pero nada semejante<br />

se veía ni oía.<br />

Interrogué a un mozo de la posada si alguien había preguntado por Miss <strong>Eyre</strong> y la<br />

contestación fue negativa. No tuve más remedio que pedir una habitación, en la que me ha<br />

encontrado el lector en espera de los que debían ir a buscarme, mientras toda clase de dudas<br />

y temores poblaban mis pensamientos.<br />

Para una joven inexperta es muy extraña la sensación que le produce el encontrarse<br />

sola en el mundo, cortada toda conexión con su vida anterior, sin divisar puerto a qué<br />

acogerse y no pudiendo, por múltiples razones, volver, caso de no hallarlo, al puesto de<br />

partida. El encanto de la aventura embellece tal sensación, un impulso de suficiencia<br />

personal la anima, pero el temor contribuye mucho a estropearlo todo. Y el temor era el que<br />

predominaba sobre mis restantes sentimientos cuando, pasada media hora, continuaba sola,<br />

sin que nadie se presentase a recogerme.<br />

Toqué la campanilla.<br />

-¿Está cerca de aquí un sitio llamado Thornfield? - pregunté al camarero que acudió<br />

a la llamada. -¿Thornfield?... No lo conozco, señorita. Voy a averiguarlo en el bar.<br />

Desapareció, pero reapareció en seguida. -¿Se apellida usted <strong>Eyre</strong>, señorita? -Sí.<br />

-Abajo la espera una persona.<br />

Le seguí, tomando mi paraguas y mi manguito, y salí. Un hombre estaba en pie y, a<br />

la luz de un farol, distinguí un coche de un solo caballo parado junto a la puerta.<br />

-Ese será su equipaje, ¿no? dijo aquel hombre, con bastante brusquedad.<br />

Señalaba mi baúl, que estaba en el pasillo. -Sí.<br />

Lo cargó en el vehículo y yo subí a él. Era una especie de carricoche. Inquirí si<br />

Thornfield estaba muy lejos. -Unas seis millas -repuso.<br />

-¿Tardaremos mucho en llegar? -Cosa de hora y media.<br />

Aseguró la portezuela y saltó al pescante. Partimos, íbamos lo bastante despacio<br />

para darme tiempo a pensar holgadamente. Estaba satisfecha de llegar al fin de mi viaje.<br />

Instalada a mi placer en el cómodo aunque no elegante carruaje, reflexionaba del modo más<br />

optimista posible.<br />

«A juzgar por el aspecto del criado y del coche -pensaba yo-, Mrs. Fairfax es una<br />

mujer de pocas pretensiones. Tanto mejor: la única vez que he vivido con personas<br />

encopetadas fui muy desgraciada. Quizá la señora viva sola con la niña. Si es así, y si la<br />

señora es medianamente amable, haré todo lo posible para que nos entendamos bien. Ahora<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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