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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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por malos que sean. Te lo digo francamente. Escúchame bien, porque no volveré a<br />

hablarte así, sino que me limitaré a obrar. En cuanto mamá muera, yo me lavo las<br />

manos respecto a ti. El mismo día que la saquen de Gateshead, tú y yo nos separaremos<br />

para no volvernos a ver. No imagines que porque hayamos nacido de los mismos padres<br />

voy a estar tolerando siempre tus quejas y tus lamentaciones. Te digo más: si toda la<br />

raza humana fuera borrada del mapa y quedásemos tú y yo solas, te abandonaría en el<br />

Viejo Mundo y me marcharía al Nuevo.<br />

-Podías haberte ahorrado el sermón-dijo Georgiana cuando su hermana dejó de<br />

hablar-. Nadie ignora que eres el ser más egoísta y de menos corazón que existe en el<br />

mundo, y a mí me constan tu odio y tu envidia hacia mí. Ya me lo demostraste lo<br />

suficiente con el papel que te diste prisa a desempeñar en mis relaciones con Lord<br />

Edwin Vere. Te era insoportable que me elevase sobre ti, que obtuviera un título, que<br />

me recibiera en ambiente donde tú no te atreverías ni a asomar la cara. Por eso actuaste<br />

como espía y destruiste para siempre mis esperanzas.<br />

Y Georgiana sacando su pañuelo, lo aplicó a su rostro y así permaneció más de<br />

una hora. Eliza se sentó, fría y hermética, y se dedicó a su labor.<br />

El día era lluvioso y soplaba un fuerte viento. Georgiana se durmió sobre el sofá,<br />

con una novela entre las manos. Eliza había ido a la iglesia. Practicaba con rigidez sus<br />

deberes religiosos, acudiendo a la iglesia tres veces cada domingo y los demás días de<br />

entre semana, si se celebraban plegarias, hiciera el tiempo que hiciese.<br />

Subí a la alcoba de la moribunda, sospechando que acaso se hallase desatendida,<br />

lo que ocurría con frecuencia, ya que los criados sólo le dedicaban una relativa<br />

atención. La enfermera se marchaba del cuarto en cuanto podía, y Bessie, aunque muy<br />

fiel, tenía bastante quehacer con su propia familia y rara vez podía dirigirse a la casa.<br />

Como esperaba, hallé solitario el dormitorio de la enferma. La paciente parecía estar<br />

amodorrada, con la lívida faz sobre el almohadón; el fuego de la chimenea se estaba<br />

apagando. Eché más leña, arreglé las ropas del lecho, contemplé a mi tía y me acerqué a<br />

la ventana.<br />

La lluvia batía violentamente los cristales y el viento aullaba con rabia. «¿Dónde<br />

irá -pensaba yo- el alma de esta mujer cuando abandone su cuerpo moribundo?»<br />

Mientras meditaba en tan gran misterio, recordaba a Helen Burns, sus últimas<br />

palabras, su fe, su creencia en la vida del más allá. Y me parecía escuchar su plácido<br />

tono, contemplar su rostro pálido y espiritual y su mirada sublime, verla luego tendida<br />

en su tranquilo lecho mortuorio... De pronto, una débil voz murmuró:<br />

-¿Quién está ahí? -Soy yo, tía.<br />

-¿Quién -repuso con sorpresa y alarma-. No la conozco. ¿Dónde está Bessie?<br />

-Está en la portería, tía.<br />

-¡Tía! ¿Por qué me llama tía? Usted no es ninguna de las Gibson, y aunque la<br />

creo reconocer... Sí; esa cara, esos ojos y esa frente me recuerdan algo. Es usted como...<br />

como <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong>. .<br />

No dije nada, temiendo producirla una impresión muy fuerte si la descubría mi<br />

identidad.<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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