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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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-Bien. En todo caso, recuerde que somos mujer y marido, de lo que son testigos<br />

cuantos se hallan presentes. ¡No hace aún una hora que nos hemos casado! Ella rió y se<br />

ruborizó.<br />

-Ahora le toca a usted, Dent -dijo Mr. Rochester. Y, mientras el otro bando se<br />

retiraba, él, con el suyo, ocupó los asientos que quedaban vacantes. Miss Ingram se<br />

colocó al lado de Rochester. Los demás, en sillas inmediatas, a ambos lados de ellos.<br />

Yo dejé de mirar a los actores; había perdido todo interés por los acertijos y, en cambio,<br />

mis ojos se sentían irresistiblemente atraídos por el círculo de espectadores. Ya no me<br />

interesaban las adivinanzas que propusiera el coronel Dent, sino las contestaciones que<br />

le fueran dadas. Vi a Mr. Rochester inclinarse hacia Blanche para consultarla y a ella<br />

acercarse a él hasta que los rizos de la joven casi tocaban los hombros y las mejillas de<br />

su compañero. Yo escuchaba sus cuchicheos y notaba las miradas que cambiaban entre<br />

sí.<br />

Ya te he dicho, lector, que había comenzado a amar a Mr. Rochester. Y no podía<br />

dejar ahora de amarle, porque no reparase en mí; porque transcurrieran horas sin que<br />

sus ojos buscaran los míos; porque sus miradas estuvieran dedicadas exclusivamente a<br />

otra mujer; porque, si se fijaba casualmente en mí, se apresuraba a apartar la vista. No<br />

me era posible dejar de amarle aunque comprendiera que había de casarse en breve con<br />

Blanche Ingram, como lo indicaba la orgullosa seguridad que ella parecía mostrar<br />

respecto a sus intenciones. Yo, a pesar de todo, hubiera deseado que Rochester me<br />

dedicase aquellas amabilidades que, aunque negligentes e indiferentes, encerraban para<br />

mí un cautivador e irresistible interés.<br />

Mi amor no se disipaba, no. Cabe suponer que se levantaran en mí una inmensa<br />

desesperación y furiosos celos, si es que una mujer de mi posición podía sentir celos de<br />

Blanche Ingram. Sin embargo, yo, en realidad, no era celosa y el sentimiento que<br />

experimentaba no se expresa bien con tal palabra. Blanche era demasiado inferior para<br />

excitar mis celos. Perdóneseme la paradoja, porque sé lo que digo. Blanche<br />

deslumbraba, pero no era sincera; era muy brillante, pero muy pobre de mentalidad.<br />

Tenía el corazón mezquino por naturaleza, como una tierra en la que nada fructificara<br />

espontáneamente. No era benévola, no era original, repetía frases leídas en los libros, no<br />

emitía nunca una opinión propia. Desconocía toda sensación de simpatía y piedad, y<br />

carecía de naturalidad y de ternura. Con frecuencia se traicionaba, como cuando<br />

exteriorizó la antipatía que sintiera ante la pequeña Adèle. Si ésta se aproximaba a ella<br />

alguna vez, la rechazaba con algún epíteto despectivo, ordenándola incluso salir de la<br />

habitación, y demostrando siempre hacia la niña sequedad y acrimonia. Otros ojos -no<br />

sólo los míos- apreciaban estas manifestaciones: su futuro prometido, Rochester, la<br />

observaba sin cesar. Y era lo bastante sagaz para, sin duda, saber percibir sus defectos.<br />

Dada su evidente falta de pasión por ella, dada su notoria comprensión de las<br />

malas cualidades de Miss Ingram, yo adivinaba que iba a desposarla por razones<br />

familiares y acaso prácticas, pero no por amor. Aquél era el punto neurálgico de la<br />

cuestión: no era posible que una mujer así le agradase. Si ella hubiese conquistado a<br />

Rochester, si él sinceramente hubiese puesto su corazón a sus pies, yo habría<br />

simbólicamente - muerto para ellos. Si Blanche hubiera sido una mujer buena, amable,<br />

sensible, apasionada, yo habría debido mantener una lucha a muerte con dos tigres: la<br />

desesperación y los celos, que hubiesen devorado mi corazón. Y, después, reconociendo<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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