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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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«¡Qué triste es estar enfermo, en peligro de muerte! El mundo es hermoso. ¡Qué<br />

terrible debe de ser que le arrebaten a uno de él para ir a parar Dios sabe dónde!»<br />

Mi cerebro hizo entonces su primer esfuerzo para comprender cuanto en él se había<br />

imbuido respecto al cielo y al infierno. Por primera vez me sentí conturbada y horrorizada.<br />

Y por primera vez también, mirando en torno mío, me sentí rodeada por un abismo<br />

impenetrable. Sólo existía un punto firme: el mundo en que me apoyaba, y todo en torno,<br />

eran nubes imprecisas y profundidades vacías. Me estremecí ante el pensamiento de verme<br />

alguna vez precipitada en aquel caos. Mientras meditaba estas ideas, oí abrirse la puerta.<br />

Mr. Bates salía y una celadora iba con él. Cuando el médico hubo montado y partido, corrí<br />

hacia la mujer.<br />

-¿Cómo está Helen Burns? -Muy mal -me contestó. -¿Es ella a quien Mr. Bates ha<br />

visitado? -Sí.<br />

-¿Y qué dice?<br />

-Que no estará aquí mucho tiempo.<br />

De haber oído tal frase el día anterior, yo hubiera deducido que mi amiga iba a ser<br />

trasladada a Northumberland, a su propia casa. No habría sospechado que aquello<br />

significaba que Helen iba a morir.<br />

Pero en aquel momento lo comprendí inmediatamente. Me pareció evidente que los<br />

días de Helen en este mundo estaban contados y que iba a pasar a la región de los espíritus.<br />

Me sentí horrorizada y disgustada y a la vez experimenté la imperiosa necesidad de verla.<br />

Pregunté, pues, en qué cuarto se hallaba.<br />

-En la habitación de Miss Temple -contestó la celadora.<br />

-¿Puedo ir a verla?<br />

-No, niña, no. No es posible. Anda, entra. Esta hora es mala para estar aquí fuera. Te<br />

expones a coger la fiebre.<br />

La mujer cerró la puerta y me dirigí al salón de estudio. Ya era el momento. El reloj<br />

daba las nueve y Miss Miller comenzaba a llamar a las discípulas para ir al dormitorio.<br />

No pude conciliar el sueño y, unas dos horas más tarde, cuando sentí que todas mis<br />

compañeras dormían, me levanté sin miedo, me puse el vestido sobre la ropa de noche y,<br />

descalza, salí en busca del cuarto de Miss Temple. Estaba al otro extremo de la casa, pero<br />

yo conocía el camino y, a la luz de una espléndida luna de verano que entraba, aquí y allá,<br />

por las ventanas de los corredores, me orienté sin dificultades. Un fuerte olor de alcanfor y<br />

vinagre invadía los pasillos próximos al dormitorio de las enfermas.<br />

Pasé junto a la puerta cautelosamente, para que la celadora que pasaba la noche en<br />

el dormitorio no me sintiese. Temía que me descubrieran y me hiciesen volver atrás. Y yo<br />

necesitaba ver a Helen. Quería abrazarla antes de morir, darle el último beso, cambiar con<br />

ella la última palabra.<br />

Descendí una escalera, atravesé parte del piso bajo y abrí y cerré silenciosamente<br />

dos puertas. Subí otro tramo de escalera y me encontré ante la alcoba de Miss Temple.<br />

Reinaba un silencio profundo. Se filtraba una suave luz por el agujero de la<br />

cerradura y bajo la puerta, que estaba entornada, sin duda para que la enferma pudiese<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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