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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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Y subí las escaleras mientras él entraba en el jardín. Hube de verle durante la cena.<br />

Él se mostró tan sereno como de costumbre. Yo temía que me hablase con aspereza o que<br />

insistiera en sus proyectos. Me equivoqué en ambas suposiciones. Me habló con la cortesía<br />

de costumbre. Sin duda había invocado la ayuda divina para dominar el disgusto que yo le<br />

causara y me había perdonado una vez más. Al leer las plegarias de la noche, eligió el<br />

capítulo veintiuno de la Revelación. Era muy agradable escucharle. Jamás su voz resultaba<br />

más armoniosa que cuando brotaban de sus labios las frases de la Biblia, jamás sus modales<br />

eran tan impresionantes en su noble simplicidad como cuando hacía escuchar los oráculos<br />

de Dios. Nunca su voz sonó más solemne que aquella noche en que, en el salón de su casa,<br />

mientras la luz de una clara luna de mayo penetraba a través de los visillos de la ventana, él,<br />

inclinado sobre la vieja Biblia, leía las promesas de Dios a los hombres, ofreciendo enjugar<br />

todas sus lágrimas, evitarles para siempre la muerte, el mal y el dolor.<br />

Las palabras siguientes me impresionaron, tanto por su contenido como por la casi<br />

imperceptible alteración de la voz de John y porque observé que, al leer, sus ojos se volvían<br />

hacia mí:<br />

«...y el incrédulo irá al lago de fuego y azufre, que es la segunda muerte...».<br />

Comprendí que tal era la suerte futura que John me suponía reservada.<br />

Terminada la plegaria, nos despedimos de él, que debía partir muy temprano de<br />

mañana. Diana y Mary, una vez que le hubieron besado, salieron del aposento. Yo le tendí<br />

la mano y le deseé un feliz viaje.<br />

-Gracias, <strong>Jane</strong> -repuso-. Volveré de Cambridge dentro de quince días. Te doy ese<br />

tiempo para que reflexiones. Si atendiese la voz del orgullo humano, no insistiría en que te<br />

casaras conmigo, pero sólo oigo la de mi deber, que me manda hacer todas las cosas para<br />

gloria de Dios. Mi Maestro soportó mucho; también yo lo soportaré. Quiero darte, mientras<br />

pueda ser, una última posibilidad de salvación. Te ofrezco la posibilidad de elegir entre lo<br />

mejor y lo peor.<br />

Y mientras hablaba, puso la mano sobre mi cabeza. No ofrecía, ciertamente, el<br />

aspecto de un enamorado acariciando a su amada, sino de un pastor guiando a una oveja<br />

descarriada o de un ángel de la guarda custodiando el alma que está a su cargo. Todo<br />

hombre de talento, posea sentimientos o no, sea déspota, ambicioso o lo que fuere, siempre<br />

que lo sea con sinceridad, tiene momentos sublimes. Experimenté admiración hacia John y<br />

por un momento me sentí tentada a dejar de resistirle, a dejarme arrastrar por el torrente de<br />

su voluntad hacia la corriente de su existencia y mezclarme con ella. Estaba procediendo<br />

con él casi tan duramente como, en distinto sentido, procediera antes con otro. Ambas<br />

veces obraba neciamente. Antes había cometido un error de principios y ahora cometía un<br />

error de apreciación. Así pensaba yo en aquel momento, pero ahora, pasado el tiempo,<br />

reconozco que cuando obré como una necia fue en aquel momento precisamente.<br />

Permanecí inmóvil bajo su contacto. Olvidé mis negativas, mis temores. Lo<br />

imposible -mi casamiento con John- comenzó a parecerme posible. Todo había cambiado<br />

de pronto: la religión me llamaba, los ángeles me conducían, Dios me daba una orden. Ante<br />

mí parecía disiparse la vida, abrirse las puertas de la muerte y mostrarme más allá la<br />

eternidad. ¡E iba a sacrificarlo todo, en el corto tiempo de un segundo, a la felicidad<br />

terrenal! El cuarto me parecía lleno de extrañas visiones.<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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