Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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pasar la vida a su lado se renovaban en todo su prístino vigor. Al despertar recordaba<br />
dónde estaba y cómo vivía, me estremecía de dolor y la noche oscura asistía a mis<br />
convulsiones de desesperación y al crepitar de la llama de mis pasiones. A las nueve de<br />
la mañana siguiente, abría con puntualidad la escuela y me preparaba para los<br />
cotidianos deberes.<br />
Rosamond Oliver cumplió su palabra de visitarme. Solía ir a la escuela durante<br />
su paseo matinal a caballo, seguida por un servidor montado. Imposible imaginar nada<br />
más exquisito que el aspecto que tenía con su vestido rojo y su sombrero de amazona<br />
graciosamente colocado sobre sus largos rizos que besaban sus mejillas y flotaban sobre<br />
sus hombros. Solía llegar a la hora en que Mr. Rivers daba la diaria lección de doctrina<br />
cristiana. Yo comprendía que los ojos de la visitante desgarraban el corazón del joven<br />
pastor. Dijérase que un instinto secreto anunciase a Rivers la llegada de la muchacha,<br />
porque, aunque fingía no verla, antes de que cruzase el umbral, la sangre se agolpaba en<br />
sus mejillas, sus marmóreas facciones se transformaban y su serenidad aparente<br />
demostraba una impresión mayor que cuanto hubieran exteriorizado los más vivos<br />
ademanes o miradas.<br />
Ella sabía el efecto que le causaba. Pese a su cristiano estoicismo, Rivers, cuando<br />
Rosamond le miraba y le sonreía, no podía contener el temblar de sus manos y el fulgor de<br />
sus ojos. Parecía decirla, con su mirada, triste y resuelta a la vez: «La amo y sé que usted<br />
me aprecia. No dejo de dirigirme a usted por temor al fracaso. Creo que si le ofreciera mi<br />
corazón, usted lo aceptaría. Pero mi corazón está destinado a arder en un ara sagrada y en<br />
breve el sacrificio se habrá consumado.»<br />
En tales ocasiones ella se ponía pensativa como una niña disgustada. Una nube<br />
velaba su radiante vivacidad; separaba con premura la mano de la de él y volvía la mirada.<br />
Estoy segura de que Rivers hubiera dado un mundo por retenerla cuando se apartaba de él<br />
así, pero no, en cambio, una probabilidad de alcanzar el cielo. No hubiera cambiado por el<br />
amor de aquella mujer su esperanza de alcanzar el verdadero paraíso. Ni le era posible<br />
concentrar en los límites de un solo amor sus ansias de ambicioso, de poeta, de sacerdote.<br />
No quería, ni debía, sacrificar su tarea de misionero a una vida reposada en los salones de<br />
Pale Hall. Aprendí mucho en el ejemplo de aquel hombre, una vez que, a pesar de su<br />
reserva, logré penetrar algo en su confianza.<br />
Miss Oliver honraba mi casita con visitas frecuentes. Yo conocía bien su carácter,<br />
en el que no había ciertamente disfraz ni misterio. Era coqueta, pero no le faltaba corazón,<br />
y absorbente, pero no egoísta. Era caprichosa, pero tenía buen carácter; frívola, mas no<br />
afectada; generosa, nada orgullosa de su situación económica, ingenua, bastante inteligente,<br />
despreocupada y alegre. Era encantadora, en resumen, aun para un observador imparcial y<br />
de su propio sexo, como yo, pero no profundamente interesado. Un tipo muy diferente, en<br />
fin, de las hermanas de Rivers. Yo experimentaba por ella un afecto muy semejante al que<br />
sintiera por Adèle con la natural diferencia de ser ésta una niña y aquélla una adulta.<br />
Ella sentía por mí un amable capricho. Decía que yo era como Rivers (aunque estoy<br />
segura de que en el fondo pensaba que no tan bella y que, aunque limpia de alma, no podía<br />
compararme con él, a quien debía considerar como un ángel). Agregaba que yo, como<br />
maestra de escuela de aldea, era un lussus naturae y que estaba segura de que mi vida<br />
anterior debía de constituir una sugestiva novela.<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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