Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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hermanas, era muy alto y, como ellas, muy arrogante, mas parecía tener algo de la apatía de<br />
su hermana Mary, denotando más vigor muscular que ardor de sangre o vivacidad de<br />
mente.<br />
Mr. Rochester entró el último. Yo procuré concentrar mi atención en la labor de que<br />
me había provisto. Al distinguir la figura de aquel hombre, recordé el momento en que le<br />
viera por última vez, cuando le acababa de prestar un inestimable servicio. Entonces él,<br />
cogiendo mi mano y mirándome, había revelado una tumultuosa emoción, de la que yo<br />
había participado. ¡Qué próximo a él me había sentido en aquel momento! Ahora, en<br />
cambio, ¡qué lejanos estábamos el uno del otro! Tanto, que ni siquiera esperaba que viniese<br />
a hablarme. No me asombró, pues, que sin mirarme, se sentara al otro extremo del salón y<br />
comenzase a conversar con algunas señoras.<br />
Al observar que su atención estaba dedicada a ellas y que podía, por tanto, mirarle<br />
sin ser vista, le contemplé, experimentando un agudo y a la vez doloroso placer en hacerlo:<br />
el placer que pueda experimentar quien, sintiéndose envenenado, bebe, a sabiendas, el<br />
dulce veneno que le lleva a la tumba.<br />
¡Qué verdadero es el aforismo de que «la belleza está en los ojos del que mira»! El<br />
moreno y cuadrado rostro de Rochester, sus espesas cejas, sus penetrantes ojos, sus rudas<br />
facciones, su boca voluntariosa, no eran bellos, según los cánones de la estética, pero para<br />
mí eran más que bellos: eran interesantes y estaban llenos de una sugestión que me<br />
dominaba. Yo deseaba no amarle -el lector sabe el esfuerzo que realicé para extirpar mi<br />
amor- y, sin embargo, ahora que le veía, la pasión desbordaba, impetuosa y fuerte. Aun sin<br />
mirarme, me obligaba a que le amase.<br />
Le comparé con sus invitados. ¿Qué valían la gallarda gracia de los Lynn, la<br />
lánguida elegancia de Lord Ingram, la marcial distinción del coronel Dent, ante la energía<br />
innata que emanaba de Rochester? En el aspecto de aquellos no veía nada sugestivo para<br />
mí, aun reconociendo que la mayoría de las gentes les hubieran considerado atractivos,<br />
elegantes y distinguidos, mientras que de Mr. Rochester hubiesen dicho que estaba mal<br />
formado y que tenía un aire sombrío. Pero yo, viendo sonreír y reír a los otros, pensaba que<br />
sus sonrisas no eran más brillantes que la llama de una bujía, ni sus risas más sonoras que el<br />
ruido de una campanilla. En cambio, cuando Rochester sonreía, sus duras facciones se<br />
suavizaban y sus ojos brillaban con destellos a la vez acerados y dulces. En aquel momento<br />
hablaba a Louisa y Amy Eshton, y a mí me maravillaba ver la ecuanimidad con que ellas<br />
oían lo que a mí me parecía tan interesante. Me alegré al ver que no entornaban los ojos ni<br />
se ruborizaban escuchándole. «No es para ellas lo que para mí -pensé-. Él no es del corte de<br />
ellas, sino del mío. Estoy segura. Yo comprendo la elocuencia de sus movimientos y de su<br />
rostro. Aunque otras causas nos separen, en mi cerebro y en mi corazón, en mi sangre y en<br />
mis nervios hay alguna cosa que me hace semejante a él. ¿Cómo he podido imaginar, hace<br />
pocos días, que nada teníamos que ver los dos, sino a efectos de salario, y que no podía<br />
considerarle desde otro punto de vista que el de ser mi patrón? ¡Qué blasfemia contra la<br />
naturaleza! Cuanto hay de bueno, de sincero y de vigoroso en mí, gira impulsivamente en<br />
torno de él. Reconozco que debo ocultar mis sentimientos y que él no se preocupa de mí<br />
para nada. Cuando digo que soy como él, no quiero decir que posea su poder de sugestión,<br />
ni su atractivo, sino sólo que tengo sentimientos e inclinaciones iguales a las suyas. Sé que<br />
hemos de vivir siempre distantes y, sin embargo, mientras yo sienta y aliente, le amaré.»<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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