Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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-¿Le aprecia usted? ¿Le aprecia la gente en general? -Sí; su familia, aquí, ha sido<br />
siempre muy estimada. Casi todas las tierras de la vecindad, hasta donde alcanza la vista,<br />
pertenecen a los Rochester desde tiempo inmemorial.<br />
-Yo no me refiero a las propiedades. ¿Le estima usted, aparte de eso, por sus<br />
cualidades personales? -Claro que le estimo, como es mi obligación. Los colonos dicen, por<br />
su parte, que es un señor justo y generoso. Pero le conocen poco, porque no ha vivido<br />
apenas entre ellos.<br />
-Me refería más bien a su carácter. ¿No tiene algún rasgo peculiar?<br />
-Su carácter es irreprochable, según creo. Un poco raro, eso sí. Ha viajado mucho,<br />
ha visto mucho y me parece inteligente. Pero en realidad he tratado muy poco con él.<br />
-¿En qué consisten sus rarezas?<br />
-No sé en qué; no es fácil decirlo. Pero se notan cuando se le habla. Nunca se puede<br />
saber si bromea o no, si está enfadado o contento. En fin, no se le puede comprender o, al<br />
menos, yo no le comprendo; pero por lo demás, es un amo admirable.<br />
Esto fue cuanto me contó la anciana respecto a nuestro patrón. Hay personas que<br />
tienen la propiedad de no saber describir en absoluto los caracteres de las otras, y Mrs.<br />
Fairfax pertenecía, sin duda, a esa clase de gentes. A sus ojos, el señor Rochester no era<br />
más que Mr. Rochester: esto es, un caballero y un propietario. A juicio de ella, sobraba toda<br />
otra averiguación. Se encontraba evidentemente sorprendida de mis preguntas.<br />
Salimos del comedor y me propuso mostrarme toda la casa. Subimos y bajamos<br />
escaleras, entramos en habitaciones y más habitaciones. Yo admiraba lo bien arreglado que<br />
todo se hallaba. Los aposentos de la parte de delante eran muy espaciosos. Los cuartos del<br />
tercer piso, oscuros y bajos de techo, interesaban por su aspecto de antigüedad. Se notaba<br />
que a medida que las modas fueron evolucionando, los muebles de los pisos principales<br />
habían sido transportados al tercero. A la escasa luz que entraba por las ventanas angostas,<br />
distinguíanse camas inmensas, antiguos arcones de roble o nogal con cabezas de querubes y<br />
complicados dibujos en forma de palma sobre las tapas. Junto a aquellas verdaderas<br />
reproducciones del arca judaica se veían hileras de venerables sillas estrechas y de alto<br />
respaldo; escabeles más arcaicos aún, en cuyos respaldos tapizados quedaban vestigios de<br />
antiguos bordados hechos por dedos que hacía dos generaciones se pudrían en la sepultura.<br />
Semejantes objetos fuera de uso daban al tercer piso de Thornfield el aspecto de una<br />
casa de antaño o de un almacén de reliquias. El melancólico silencio de aquellas estancias<br />
me agradaba; pero seguro que no hubiera dormido tranquila en uno de los enormes lechos<br />
vacíos, cerrados algunos, como armarios, con enormes puertas de nogal, cubiertos por<br />
antiguas cortinas a la inglesa, con extraños bordados que representaban no menos extrañas<br />
flores, extraños pájaros y otras mil y mil raras figuras, sin duda de aspecto temeroso por la<br />
noche, cuando las iluminase la pálida y triste luz de la luna filtrándose por las ventanas.<br />
-¿Duermen en estos cuartos los criados? -pregunté.<br />
-No. En éstos de aquí no duerme nadie. La servidumbre habita en otros, al extremo<br />
del pasillo. Seguro que si en Thornfield Hall hubiera un fantasma, su guarida estaría por<br />
estos rincones.<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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