Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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Maestro y conseguir victorias para el estandarte de la cruz. Así, pues, la religión ha<br />
modificado en buen sentido mis inclinaciones, pero no ha podido transformar mi<br />
naturaleza, ni la cambiará «hasta que este mortal, inmortal sea...».<br />
Y tras esta cita, tomó el sombrero de la mesa y, al hacerlo, miró otra vez el retrato.<br />
-¡Es encantadora! -murmuró-. Bien lo dice su nombre: es la rosa del mundo.<br />
-¿Quiere una copia del retrato? -Cui bono? No.<br />
Colocó sobre el dibujo la hoja de papel transparente en que yo solía apoyar la<br />
mano mientras pintaba, para no ensuciar la cartulina. Lo que pudiese ver en aquel papel<br />
fue entonces un misterio para mí, pero en algo debió de reparar su mirada. Lo cogió<br />
rápidamente, examinó sus bordes y me miró de un modo extraño e incomprensible,<br />
como si tratara de examinar hasta el detalle más mínimo de mi aspecto, mi rostro y mi<br />
vestido. Sus labios se entreabrieron, como si fuese a hablar, pero nada dijo.<br />
-¿Qué pasa? -pregunté.<br />
-Nada --contestó. Y antes de volver a dejar el papel en su sitio cortó rápidamente<br />
una estrecha tira de su borde y la guardó en el guante. Luego inclinó la cabeza y<br />
desapareció murmurando:<br />
-Buenas tardes.<br />
-¡Si lo entiendo, que me maten! -exclamé usando una locución local muy<br />
corriente.<br />
Examiné el papel, pero nada vi de raro, salvo unas ligeras manchas de pintura.<br />
Medité en aquel misterio un par de minutos y, estimándolo insoluble y seguramente<br />
secundario, dejé de pensar en él.<br />
XXXIII<br />
Cuando se fue Rivers comenzaba a nevar, y siguió nevando toda la noche. Al<br />
oscurecer del día siguiente el valle estaba casi intransitable. Cerré, apliqué una esterilla<br />
a la puerta para que la nieve, al derretirse, no entrase por debajo, encendí una vela y<br />
comencé a leer el libro de Marmion que me trajera Rivers:<br />
Laderas del castillo de Norham, ancho y profundo río Tweed, solitarias<br />
montañas de Cheviot... Macizos murallones, que flanquean las torres que protegen el<br />
dintel reluciendo, amarillas, bajo el sol...<br />
La bella melodía de los versos me hizo olvidar en breve la áspera tormenta.<br />
Oí repentinamente un ruido en la puerta. Creí que fuera el batir del viento pero<br />
era John Rivers, que surgiendo bajo el helado huracán de entre las profundas tinieblas,<br />
aparecía ante mí, cubierta su alta figura de un abrigo todo blanco de nieve, como un<br />
glaciar. Me alarmé, ya que no esperaba visita alguna en semejante noche. -¿Pasa algo? -<br />
pregunté.<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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