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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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Busqué en la cocina la llave de la puerta trasera, y la engrasé con aceite. Comí pan<br />

y bebí agua, porque acaso necesitaría caminar largo tiempo. Lo hice todo sin ruido<br />

alguno. Abrí y volví a cerrar suavemente. Sobre el patio se extendía la opaca claridad del<br />

todavía lejano amanecer. Las verjas estaban cerradas, pero tenían un postigo cerrado<br />

simplemente con un picaporte. Pasé el postigo y me hallé fuera de Thornfield.<br />

A campo traviesa alcancé, una milla más allá, una carretera que seguía la dirección<br />

contraria a Millcote. Muchas veces la había visto, pero nunca la recorrí, e ignoraba a<br />

dónde conducía. No reflexionaba en nada, no miraba hacia atrás, no pensaba en el pasado<br />

ni en lo futuro. El pasado parecíame una página tan divinamente dulce que leer una sola<br />

línea de ella hubiera quebrantado mi resolución. Y el porvenir era una página en blanco,<br />

como el mundo después del diluvio.<br />

Recorrí campos, senderos y setos hasta después de salir el sol. Creo que hacía una<br />

hermosa mañana de verano. Mis zapatos estaban húmedos de rocío. Pero yo no reparaba<br />

en el sol naciente, ni el límpido cielo, ni en la naturaleza que despertaba. Quien a través<br />

de un bello panorama se dirige al cadalso, no repara en las flores que sonríen en su<br />

camino, sino en el patíbulo y la tumba que le esperan. Yo, pues, pensaba en mi situación,<br />

de fugitiva sin hogar, y -¡oh, con qué angustia!- en lo que dejaba atrás. Creía a Rochester<br />

en su cuarto, contemplando salir el sol, esperando que yo apareciese para decirle que me<br />

quedaba a su lado... Hasta estudié la posibilidad de regresar. No era demasiado tarde: aún<br />

podía ahorrarle aquella amargura. Mi fuga no debía haber sido descubierta. Podía volver<br />

sobre mis pasos, consolarle, librarle de su miseria moral, acaso de su ruina... El<br />

pensamiento de su soledad me angustiaba más que la mía propia. Comenzaban a cantar<br />

los pájaros en las ramas: los pájaros, fieles a sus parejas, símbolo del amor... Dentro de<br />

mi corazón herido, me aborrecía a mí misma. Ninguna satisfacción encontraba en la idea<br />

de que había procedido correctamente para salvar mi decoro. Había herido y dañado a mi<br />

querido dueño... Me consideré odiosa a mis propios ojos. Sin embargo, no desanduve lo<br />

andado. Lloraba incansablemente mientras seguía mi solitario camino. A poco me hundí<br />

en una especie de delirio. Una progresiva debilidad invadió mis miembros, me sentí<br />

desvanecer y caí. Permanecí tendida algunos minutos, con el rostro contra la hierba. Sentí<br />

el temor -o la esperanza- de morir allí, pero al fin me puse en pie y continué mi marcha,<br />

más firmemente resuelta que nunca a alcanzar el lejano camino.<br />

Cuando llegué a él hube de sentarme, fatigada, en la cuneta. Sentí ruido de ruedas<br />

y vi aproximarse una diligencia. Levanté la mano; paró. Pregunté al cochero adónde se<br />

dirigía. Me dio el nombre de un lugar muy lejano, en el que yo sabía que Rochester no<br />

tenía relaciones. Pregunté cuánto me cobraba por llevarme allí, y repuso que treinta<br />

chelines. Contesté que no poseía más de veinte y accedió a transportarme durante un<br />

trayecto proporcionado a la suma. Entré en el coche vacío, el cochero cerró la portezuela<br />

y el vehículo se puso en marcha.<br />

Amable lector: ¡ojalá no sientas nunca lo que yo sentí entonces! ¡Ojalá no llores<br />

nunca las ardientes y tumultuosas lágrimas que yo lloré en aquella ocasión! ¡Ojalá no<br />

eleves nunca al cielo una plegaria tan desesperada y angustiosa como la que entonces<br />

brotó de mis labios! ¡Ojalá no te veas nunca en el caso de ser instrumento del dolor de<br />

aquel a quien amas, como me sucedía a mí!<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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