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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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muchacha, tan pequeña, es peor que uno de esos niños nacidos en tierras paganas que oran<br />

a Brahma y se arrodillan ante los ídolos, porque es... ¡una embustera!<br />

Siguió una pausa de diez minutos. Las tres Brocklehurst sacaron sus pañuelos y se<br />

los aplicaron a los ojos, mientras cuchicheaban:<br />

-¡Qué horror!<br />

Mr. Brocklehurst concluyó:<br />

-Lo he sabido por su bienhechora, por la caritativa y compasiva mujer que recogió a<br />

esta niña cuando quedó huérfana, educándola como a sus propios hijos, y cuya generosidad<br />

y bondad han sido tan mal pagadas por esta ingrata muchacha, que dicha señora tuvo que<br />

separarla de sus hijos, a fin de que con su corrupción no contaminase la pureza de aquellas<br />

inocentes criaturas. Ha venido aquí como los antiguos judíos al Betesda, para purificarse.<br />

Señora inspectora, señoras profesoras: no dejen que las aguas purificadoras se encenaguen<br />

con la presencia de esta niña.<br />

Tras esta sublime conclusión, Mr. Brocklehurst se abrochó el botón más alto de su<br />

abrigo, murmuró no sé qué a las mujeres de su familia, que se levantaron; habló a Miss<br />

Temple, y todas las personas mayores salieron de la habitación. Mi juez se volvió en la<br />

puerta y decretó:<br />

-Déjenla sentada en ese asiento media hora más y no la permitan hablar en todo lo<br />

que queda de día.<br />

Así, yo, que había asegurado que no soportaría la afrenta de permanecer en pie en el<br />

centro del salón, hube de estar expuesta a la general irrisión en un pedestal de ignominia.<br />

No hay palabras para definir mis sentimientos: me faltaba el aliento y se me oprimía el<br />

corazón.<br />

Y entonces una muchacha se acercó a mí y me miró. ¡Qué extraordinaria luz había<br />

en sus ojos! ¡Qué cambio tan profundo inspiró en mis sentimientos! Fue como si una<br />

víctima inocente recibiese en la hora suprema el aliento de un mártir heroico. Dominé mis<br />

nervios, alcé la cabeza y adopté en mi asiento una firme actitud.<br />

Helen Burns -era ella- fue llamada a su sitio por una observación referente a la<br />

labor. Pero al volverse, me sonrió. ¡Oh, que sonrisa! Al recordarla hoy, comprendo que era<br />

la muestra de una inteligencia delicada, de un auténtico valor, mas entonces su rostro, sus<br />

facciones, sus brillantes ojos grises, me parecieron los de un ángel. Y, sin embargo, no<br />

hacía una hora que Miss Scartched había castigado a Helen a pasar el día a pan y agua<br />

porque al copiar un ejercicio, echó un borrón. Así, es la naturaleza humana: los ojos de<br />

Miss Scartched, atentos a aquellos mínimos defectos, eran incapaces de percibir el<br />

esplendor de las buenas cualidades de la pobre Helen.<br />

VIII<br />

El fin de la media hora coincidió con las cinco de la tarde. Todas se fueron al<br />

refectorio. Yo me retiré a un rincón oscuro de la sala y me senté en el suelo. Los ánimos<br />

que artificialmente recibiera empezaban a desaparecer y la reacción sobrevenía. Rompí en<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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