Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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Sin duda, en mi ausencia del lecho, un hada bondadosa había colocado la anhelada<br />
sugerencia sobre mi almohada porque, apenas acostada, di con la solución:<br />
«Los que desean un empleo, se anuncian. Por tanto, hay que anunciarse en el diario<br />
del condado.»<br />
¿Cómo hacerlo? La respuesta fue también inmediata: «Pones el texto del anuncio y<br />
el importe en un sobre dirigido al editor del periódico y lo depositas todo, en la primera<br />
oportunidad que tengas, en la oficina de Correos, advirtiendo en el anuncio que dirijan la<br />
contestación a J. E., Lista de Correos. Al cabo de una semana puedes ir a buscar las cartas<br />
que haya y obrar en consonancia con ellas.»<br />
Una vez que hube estudiado el plan y dado los últimos toques, me sentí satisfecha y<br />
pude dormirme al fin. Me levanté muy temprano, redacté mi anuncio y lo guardé en el<br />
sobre antes de que hubiera tocado la campana dando la señal de levantarse.<br />
El anuncio rezaba así:<br />
«Señorita joven, acostumbrada a enseñar (no me faltaba razón: ¿acaso no había<br />
ejercido de maestra durante dos años?), desea colocación en casa particular para educar<br />
niños menores de catorce años (yo pensaba que, teniendo yo dieciocho, no me respetarían<br />
mis pupilos si contaban mi edad aproximada). Conoce todo lo esencial para dar una buena<br />
instrucción, así como francés, dibujo y música (en aquellos tiempos, lector, éste ahora<br />
reducido cuadro de conocimientos, era muy pasadero). Dirigirse a J. E., Lista de Correos,<br />
Lowton, condado de...»<br />
Todo el día permaneció aquel importante documento en mi gaveta. Después del té,<br />
pedí permiso a la nueva inspectora para ir a Lowton a hacer algunos recadillos míos y de<br />
algunas de mis discípulas. Otorgado el permiso, me puse en marcha. Había una caminata de<br />
dos millas y la tarde caía ya, pero los días eran largos aún. Visité una o dos tiendas,<br />
deposité mi carta y regresé en medio de una lluvia torrencial, con las ropas caladas, pero<br />
con el corazón alegre.<br />
La semana siguiente me pareció muy larga. Llegó, no obstante, a su término, como<br />
todas las cosas de este mundo, y de nuevo, al caer de una agradable tarde de otoño, me<br />
encontré recorriendo a pie el camino de Lowton. La ruta era pintoresca, pero yo pensaba<br />
más en las cartas que hubiera o no hubiese en Correos que en el encanto que pudieran tener<br />
arroyos, praderas y cañadas.<br />
El pretexto de mi excursión, esta vez, era tomarme medida de unos zapatos. Fui,<br />
pues, primero al zapatero y luego recorrí la quieta calle que conducía a la administración de<br />
Correos, la cual estaba a cargo de una anciana señora que usaba lentes y llevaba mitones<br />
negros.<br />
-¿Hay cartas a nombre de J. E.? -pregunté.<br />
Me miró por encima de los lentes y revolvió en un cajón. No aparecía nada y mis<br />
esperanzas comenzaron a decaer. Al fin encontró una carta dirigida a J. E. La examinó<br />
largamente y luego me la tendió a través del mostrador, no sin dirigirme otra inquisitiva y<br />
desconfiada mirada.<br />
-¿No hay más que una? -interrogué. -Nada más -repuso.<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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