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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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que la ha hecho así. Y aún creo que voy demasiado lejos en mi criterio, porque acaso no sea<br />

usted mejor que las demás y tenga intolerables defectos que compensen sus buenas<br />

cualidades.<br />

«Lo mismo puede pasarte a ti», pensé. Él debió de leer en mis ojos aquel<br />

pensamiento, porque me contestó como si me lo hubiera oído exponer de palabra:<br />

-Sí -dijo-. Tiene usted razón. Yo estoy cargado de defectos. Lo sé, y no trato de<br />

negarlos, se lo aseguro. No puedo ser muy severo con los demás, porque mi propia vida ha<br />

sido tal, que con justicia merece las censuras, del prójimo. Yo inicié o, mejor dicho, me<br />

hicieron iniciar (a mí, como a todos los equivocados, nos gusta achacar la mitad de nuestra<br />

mala suerte a las circunstancias adversas) un camino tortuoso cuando sólo tenía veinte años,<br />

y luego no he podido seguir el recto. Pero yo habría podido ser muy diferente, tan bueno<br />

como usted, casi tan puro y, desde luego, más sensato. Envidio su tranquilidad mental, su<br />

conciencia limpia, su memoria libre de todo recuerdo ominoso. Una conciencia así, joven,<br />

es un exquisito tesoro, un manantial inagotable de confortaciones...<br />

-¿Cómo era su conciencia a los dieciocho años, señor?<br />

-Como la de usted: limpia y clara, sin que una sola gota de agua turbia la hubiese<br />

contaminado aún. Yo era como usted, igual que usted. La naturaleza, señorita, me inclinaba<br />

a ser un hombre bueno, y ya ve usted que no lo soy. Está usted pensando que me adulo a mí<br />

mismo: lo leo en sus ojos, y yo comprendo enseguida ese lenguaje... Pero le doy mi palabra<br />

de que digo la verdad, y supongo que no me tendrá usted por un villano... Yo he dado, más<br />

que por natural inclinación, en virtud de las circunstancias, en ser un pecador como hay<br />

muchos, encenagado en todas las miserables disipaciones que envilecen la vida. ¿Le<br />

sorprende que le confiese esto? No le extrañe. En el curso de su vida encontrará usted<br />

mucha gente que le confía sus secretos, involuntariamente, de un modo instintivo, y ello,<br />

porque usted prefiere, a hablar de sí misma, oír hablar de sí mismos a los demás,<br />

escuchándoles con una natural simpatía, que es más agradable y anima más porque no es<br />

inoportuna en sus manifestaciones.<br />

-¿Cómo lo adivina usted, señor?<br />

-Lo veo con toda evidencia. Y la estoy hablando tan sinceramente como si<br />

escribiese mis pensamientos en un diario íntimo. Respecto de mi vida, podría usted decir<br />

que yo debiera haber procurado superar las circunstancias, pero la verdad es que no lo hice.<br />

En vez de recibir con impasibilidad los golpes del destino, me dejé caer en la depravación...<br />

Y he aquí que ahora, cuando el ver un degenerado cualquiera excita mi repulsión, no puedo<br />

considerarme mejor que él... En fin, señorita, cuando uno cae en el error siente luego<br />

remordimientos y, créalo, el remordimiento es el veneno de la vida.<br />

-Pero el arrepentimiento es el antídoto de ese veneno, señor.<br />

-No lo es; el cambiar de conducta, sí; y acaso yo cambiara en el caso de... Pero ¿a<br />

qué hablar de lo que es imposible? Además, puesto que se me niega la felicidad, tengo<br />

derecho a gozar de los placeres que pueda encontrar en la vida; y así lo haré, cueste lo que<br />

cueste.<br />

-Y se depravará cada vez más, señor.<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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