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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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predicciones satisfactorias. Me pareció que, a pesar de su aparente indiferencia, daba a las<br />

revelaciones que escuchara una importancia que no merecían.<br />

Entretanto, Mary Ingram, Amy Eshton y su hermana Louisa declararon que no se<br />

atrevían a ir solas a ver a la adivina, aunque no les faltaban deseos. Se entablaron<br />

negociaciones, con Sam como mediador, y tras muchas idas y venidas, la sibila, no sin<br />

dificultades, autorizó la entrada de tres muchachas en un solo grupo.<br />

La visita no transcurrió tan silenciosa como la de Blanche. Oíamos grititos y risas<br />

histéricas procedentes de la biblioteca, hasta que, al cabo de veinte minutos, las muchachas<br />

aparecieron corriendo en el vestíbulo, como si huyeran de la adivina.<br />

-¡Debe de ser un ente del otro mundo! -gritaban todas-. ¡Qué cosas nos ha dicho!<br />

¡Sabe todos nuestros secretos!<br />

Y cayeron, como abrumadas, en los asientos que los caballeros galantemente les<br />

ofrecían.<br />

Incitadas a explicarse, dijeron que aquella vieja les había contado cosas que ellas<br />

habían dicho y hecho siendo niñas; descrito libros y adornos que tenían en sus gabinetes;<br />

recordado los amigos que conocían. Afirmaron también que había adivinado sus<br />

pensamientos y cuchicheado al oído de cada una el nombre de la persona a quien más<br />

quería en el mundo.<br />

Los caballeros solicitaron mayores aclaraciones sobre este último extremo, pero<br />

sólo obtuvieron rubores, exclamaciones y risas contenidas. Las matronas ofrecieron a las<br />

chicas sus frascos de sales, reprendiéndolas por no haber atendido sus consejos. Los<br />

caballeros de edad rieron y los jóvenes ofrecieron su ayuda a las conmovidas beldades.<br />

En medio de aquel tumulto, Sam, parándose ante mí, me habló:<br />

-Perdón, señorita: la gitana dice que hay una joven más en este salón y que no se irá<br />

hasta que la haya visto. Debe de ser usted, ya que no hay otra. ¿Qué le digo?<br />

-Iré -dije, satisfecha de hallar ocasión de satisfacer mi excitada curiosidad.<br />

Me deslicé fuera de la estancia sin ser notada -ya que la atención general estaba<br />

atraída por el tembloroso trío que acababa de regresar- y cerré la puerta tras de mí.<br />

-Si lo desea, señorita -dijo Sam-, esperaré en el vestíbulo y así, si la vieja le asusta,<br />

me llama usted y entro en seguida.<br />

-No, Sam: vuélvase a la cocina. No tengo temor alguno.<br />

Y no mentía. Lo que sentía en realidad era mucho interés y excitación.<br />

XIX<br />

Reinaba profunda tranquilidad en la biblioteca. La sibila -si tal era- estaba<br />

cómodamente sentada en un magnífico sillón junto a la chimenea. Llevaba un vestido rojo<br />

y un gorro negro -más bien un deshilachado sombrero de gitana y un pañuelo anudado bajo<br />

la barbilla. Había sobre la mesa una bujía apagada y la vieja parecía leer, a la luz de la<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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