Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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Vamos; dime que me quieres, Jane. Esas palabras me suenan tan dulces como la música... ¿Me amas, Jane? -Sí; con todo mi corazón. -Bien -dijo él, tras unos minutos de silencio-. Es raro, pero tus palabras me han producido una sensación casi dolorosa. ¿Por qué será? Acaso por la afectuosa energía con que las has pronunciado, por la mirada de fe, de lealtad y de confianza que las acompañaba. Me ha parecido que había un espíritu junto a mí... Mientras me mires como me miras ahora, Jane, mientras sonrías como sabes sonreírme, aunque me digas que me odias, aunque me injuries y me atormentes, no podré renegar de ti, te amaré y... -Temo disgustarle al final de mi relato. Escúcheme. -Creí que ya me lo habías dicho todo. Pensaba que la causa de tu tristeza estaba en ese sueño. Moví la cabeza. Brontë, Charlotte: Jane Eyre 180
-¿Cómo? ¿Hay algo más? Espero que no sea nada importante. Sigue. La inquietud de su aspecto, cierta impaciencia de sus ademanes, me extrañaron. Continué: -Aún soñé otra cosa: que Thornfield estaba en ruinas y era guarida de búhos y murciélagos. De toda la fachada sólo quedaba en pie un frágil lienzo de pared. Yo erraba, a la luz de la luna, entre las ruinas en las que crecía la hierba, tropezando, ora con un trozo de mármol, ora con un caído fragmento de cornisa. Seguía llevando al niñito desconocido, envuelto en un chal. Me era imposible ponerle en el suelo, y por mucho que su peso me fatigase, había de continuar llevándole. A lo lejos, en el camino, oía las pisadas de un caballo y estaba segura de que era el de usted, que partía para un lejano país, donde permanecería muchos años. Traté de escalar el muro a toda prisa, para poder verle desde arriba. Las piedras se desmoronaban bajo mis pies, la hiedra a que trataba de asirme cedía; el niño, abrazado a mi cuello y aterrorizado, casi me estrangulaba. Pero al fin llegué. Usted era ya un punto en la distancia y se alejaba por momentos. Soplaba un viento tan fuerte que no me podía sostener. Me senté en el estrecho borde del muro, colocando al niño sobre mi regazo. Usted dobló una curva del camino y, cuando yo le dirigía una última mirada, la pared se derrumbó, el niño cayó de mis rodillas, perdí el equilibrio y me desperté. -¿Eso es todo, Jane? -Todo el prólogo. Ahora falta el relato. Al despertarme, una luz hirió mis ojos. Pensé que ya era de día. Pero no era más que el resplandor de una vela. Supuse que Sophie estaba en la alcoba. Alguien había dejado una bujía en la mesa, y el cuartito guardarropa, donde yo colocara mi velo y mi vestido de boda, se hallaba abierto. «¿Qué hace usted, Sophie?», pregunté. Nadie contestó, pero una figura surgió del ropero, cogió la vela y empezó a examinar los vestidos. «¡Sophie!», volví a exclamar. La figura seguía en silencio. Me incorporé en la cama, me incliné hacia delante y sentí que se me helaba la sangre en las venas. Porque aquella mujer no era ninguna de las que en esta casa conozco; no era Sophie, ni Leah, ni Mrs. Fairfax, ni siquiera -estoy segura de ello- Grace Poole. -Forzosamente había de ser una de ellas -interrumpió Rochester. -No; le juro que no. La mujer que yo tenía ante mí no ha cruzado jamás sus miradas con las mías desde que vivo en Thornfield. Todo en su aspecto era nuevo para mí. -Descríbemela, Jane. -Me pareció alta y corpulenta, con una negra cabellera cayéndole sobre la espalda. No me fijé en cómo iba vestida; sólo sé que llevaba un traje blanco. -¿Le viste la cara? -Primero no. Pero luego cogió el velo, lo examinó largamente, se lo puso y se miró el espejo. Entonces distinguí su rostro en el cristal. -¿Cómo era? -Me pareció horrible. Nunca he visto cara como aquella: una cara descolorida, espantosa. Quisiera poder olvidar aquel desorbitado movimiento de sus ojos inyectados en sangre, y sus facciones hinchadas como si fuesen a estallar. Brontë, Charlotte: Jane Eyre 181
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Charlotte Brontë Jane Eyre I Aquel
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Cada lámina de por sí me relataba
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-¡Hay que ver! ¡Con qué furia pe
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Yo no estaba absolutamente segura d
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-He visto una luz y me ha parecido
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Al día siguiente ya me levanté y
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-Es que me pegaron -dije, dispuesta
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Bessie volvía del comedor y, al mi
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encarnadas sedas y, después, en es
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intentaba abrir el picaporte, que r
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-El mentir es muy feo en una niña
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Al acabar de pronunciar estas frase
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-¡Pero no lo demuestras! -¿Cómo
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Ya en la casa, procuré, ante todo,
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-¡Es indignante! ¡Otra vez el pot
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alumna, a fin de que cultivase flor
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-Sí. -¿Y las otras profesoras? -L
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«¿Cómo no responderá -pensaba y
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-Pero esta tarde has contestado bie
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procuraban saciar su hambre arranca
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Mr. Brocklehurst se dirigió a la c
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muchacha, tan pequeña, es peor que
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Esos seres nos vigilan, están enca
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A nosotras todo aquello nos sabía
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festivas. Dábamos durante ella lar
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«¡Qué triste es estar enfermo, e
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faltan para ese venturoso momento.
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para no volver a salir de él. Mis
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La guardé en el bolsillo y me apre
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Bobby prefirió instalarse en las d
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devolver el calor y la elasticidad
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-Sí, señora. -Voy a ver si lo han
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La puerta vidriera del vestíbulo e
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verde lleno de árboles que se llam
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-¿Le aprecia usted? ¿Le aprecia l
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Se abrió la puerta más próxima y
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El suelo estaba endurecido, el aire
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-No. Lanzó una ojeada a mis vestid
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XIII Por prescripción del médico,
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-¿Qué dices? -gruñó él-. ¿Esp
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-¿Es ése todo el motivo de disgus
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-En parte, porque su naturaleza suf
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pendían, ricos y amplios, de los a
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superioridad que me dan veinte año
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-Puede ser. O acaso no, porque, ¿y
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modos, mis tiernos sentimientos est
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Esperaba una contestación violenta
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más a gusto de lo habitual. Los va
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-¿Para qué diablo va usted a llam
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esperarse en una mujer que hacía p
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Yo lo recordaba todo muy bien. En a
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-Cierto. La verdad es que no se me
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-De aquí a tres días, según dice
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ozaban casi el suelo y el viento ha
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contestó que, si usted se oponía,
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Su tipo respondía, en efecto, a la
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Se tomó el café. Las mujeres, des
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Amy Eshton no oyó esta última fra
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La cocina, la despensa, el cuarto d
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-Bien. En todo caso, recuerde que s
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salón, su ausencia parecía produc
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gitanos? Sam acaba de decir que en
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predicciones satisfactorias. Me par
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La entregué un chelín. Lo colocó
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-Sí -dijo John. -¿Le gusta Morton
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iniciativas. ¿Cree posible que Ros
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y hallé que me contemplaba atentam
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-No digas tonterías, John. Pareces
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XXXVI Llegó el día y me levanté.
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odeado de musgo. Las ventanas de la
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Llamé a Mary y las dos arreglamos
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-¿Estudiaba mucho? -Mucho. -¿El q
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una aparición, algo que debía dis
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