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CAPÍTULO 02
Dianthus (clavel anual): amplia variedad de colores, sobre todo
rojos y rosas. Regar en climas secos.
CLAIRE NO PASÓ TANTO TIEMPO en el centro como había previsto, porque sus zapatos
de piel azules empezaron a rozarle los talones, además de que la temperatura había seguido
subiendo y se le habían hinchado los pies. Así que, al cabo de una hora, cogió el autobús en
dirección a casa, intentando no pensar en lo mucho que le dolían las ampollas, que sabía que
seguían creciendo a cada segundo que pasaba. Para cuando se bajó y recorrió los cinco
minutos de camino hasta su estrecha y alta casa, cercana al mar, estaba conteniendo ya los
aullidos de dolor. Empujó la verja de entrada, se quitó los zapatos asesinos y, agradecida,
disfrutó de la humedad del césped en los pies mientras miraba la fachada de su vivienda.
Cuando contaba a la gente que Bill y ella se iban a comprar una casa de tres pisos con un
sótano, la miraban completamente atónitos, pensando que debía de ser enorme y que les iba a
costar una fortuna. Había que reconocer que no se equivocaban en lo segundo, pero la casa
se había construido para sacarle partido a una parcela estrecha, así que era mucho más
pequeña de lo que todo el mundo imaginaba, a pesar de la altura. Habían comprado aquella
casa porque estaba en una buena zona para la consulta de Bill y el sótano era ideal para
adaptarlo al negocio, gracias a que tenía una entrada independiente a la altura de la calle,
mientras que la puerta principal de la casa quedaba escaleras arriba.
Al mudarse, la cocina estaba en el sótano. Les llevó bastante tiempo y esfuerzo
transformarla en una consulta médica con sala de espera y lavabo, y después trasladar la
cocina un piso más arriba, con el comedor al lado. Originalmente, el primer piso tenía un salón,
un dormitorio y un baño, mientras que en el piso superior había dos habitaciones (una de las
cuales era ahora el despacho de Claire) y otro baño. Reformar la casa había sido una tarea
trabajosa y difícil, especialmente construir una salida de la nueva cocina al jardín, pero
finalmente habían conseguido acabar. Claire sabía que, aunque no hubiera hecho falta hacer
obras para la consulta, ella habría cambiado la cocina de sitio de todas formas. El sótano era
demasiado oscuro para lo que ella creía que debía ser una estancia alegre y familiar.
Caminó hacia la casa por el césped disfrutando del agradable frescor en sus pies. Cuando
abrió la puerta y accedió al pasillo también agradeció la frescura de las baldosas blancas y
negras bajo los pies, a pesar de que normalmente pensaba que eran un poco frías y nada
acogedoras, y quería cambiarlas en cuanto tuviera la oportunidad.
Phydough, que se había quedado en su cesta cuando ella salió con Georgia, se puso a dos
patas sobre ella para saludarla. Claire le dio unas palmaditas distraídamente y fue a por el
botiquín, que estaba encima de la nevera, en busca de dos tiritas, que se puso sobre las
ampollas.
—Esto te enseñará a no pasear con calzado inapropiado —se reprendió en voz alta.
Al oír la palabra «pasean», Phydough ladró ilusionado.
—No puedo —le dijo—. Todavía no. Me duelen demasiado los pies. Más tarde.
El perro entendió las palabras «más tarde» y la miró con reproche.