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—Oh, bien —contestó ella—. Escucha, ¿está Glenn por ahí?
—Mmm, ¿Glenn? ¿Aquí?
—Sí —asintió Eavan—, quería preguntarle una cosa. En realidad no es nada importante, sé
que pasa mucho tiempo fuera y que tendría que haberle llamado al móvil, pero he marcado el
número de Trontec sin darme cuenta.
Jarlath no decía nada.
—¿Jar? ¿Estás ahí?
—Yo... sí, Eavan. Pero ¿por qué llamas aquí preguntando por Glenn?
—¿Y por qué no iba a hacerlo? —preguntó a su vez Eavan—. ¿Ya no pasa nunca por la
oficina?
Hubo otro silencio.
—¿Jar? ¿Pasa algo? —De repente Eavan se sintió nerviosa.
—Bueno, mira, Eavan... —Se le cortó la voz.
—¿Qué? —lo presionó ella.
—Creo que no me corresponde...
—¿Qué? —insistió, con más agresividad—. ¿Qué está sucediendo, Jarlath?
—Eavan, es sólo que... no me puedo creer que todavía no lo sepas.
—¿Saber qué?
—Eh... es que... Glenn ya no trabaja aquí.
—¿Qué? —Eavan pronunció la palabra aturdida—. ¿De qué estás hablando?
—Creía... no sabía... esperaba...
—Jarlath!
—Mira, Eavan, dejaron que Glenn se marchara —explicó Jarlath rápidamente—. Hubo un
problema con los objetivos de ventas. Nos ha dejado.
—¿Quieres decir que le han despedido? —preguntó Eavan incrédula.
—No lo despidieron. Sólo... bueno, dejaron que se fuera. —Jarlath parecía muy incómodo
—. Eavan, lo siento. De verdad. No sabía que no te lo había dicho.
—Pero está yendo a trabajar —objetó ella—. Todos los días.
—Quizá ha conseguido otro trabajo —sugirió Jarlath.
—Entonces, ¿por qué no me lo ha dicho?
—No lo sé.
Eavan tenía náuseas. Sujetó el auricular con fuerza al notar que se tambaleaba.
—Tengo que dejarte —dijo bruscamente, y colgó el teléfono.
Fue a la cocina a trompicones y Saffy la siguió.
—¡Quiero helado! —gritó la pequeña.
—En un minuto. —Eavan se sentó a la mesa de la cocina.
—Ahora. —Saffy tiró de su falda.
—He dicho en un minuto.
—¡Quiero helado!