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en los dedos de los pies.
Mientras buscaba un asiento, se dio cuenta de que, en general, los pasajeros eran jóvenes.
Las chicas iban arregladas, mientras que los chicos lucían cuidados andrajos de diseñador y
una pose artificial de naturalidad; pero a ella no la engañaban. ¡Todos iban de ligue! Se
preguntó cuáles serían las probabilidades de que alguno de ellos encontrara a su pareja ideal
esa noche. Aunque si todos iban a bares y discotecas ya se imaginaba que pocas. No sabía
cuál era el punto de encuentro de moda (debería averiguarlo, pensó, sería importante saberlo
por el bien de Georgia), pero estaba casi segura de que la mayoría de la gente no se
encontraba con su futura mujer o marido en un bar, y mucho menos en una discoteca. El
artículo «Cómo conocer a hombres extraordinarios en lugares normales» no había mencionado
ninguno de esos dos sitios como lugares de caza útiles.
Caminó quince minutos desde la parada hasta el Thomas Read’s, pero aun así llegó
temprano. Plegó su paraguas desvencijado y abrió la puerta del bar, sorprendida al comprobar
que no estaba lleno de gente, como ella esperaba. Según las noticias que leía sobre Dublín,
parecía que en la ciudad hubiese una masa importante saliendo en cuanto podían. Cualquiera
que se quedara en casa era un triste perdedor en una ciudad vibrante. Se sentó a la mesa que
quedaba delante de la ventana y después le pidió una copa de vino blanco al camarero de la
barra.
«Así que —se dijo a sí misma—, aquí estoy. Finalmente he salido a una cita, como todo el
mundo quería, y no ha sido tan horriblemente difícil. En realidad todo tiene que ver con cómo te
lo planteas. No importa que Paul y yo tomáramos algo en el club a menudo cuando Bill y yo
estábamos casados. Sigue siendo más o menos una cita.» Dejó la vista perdida en el infinito y
se preguntó si Paul pensaría en ella como en una cita, o como en una vieja amiga. Esperaba
que fuera lo segundo. Habían sido las expectativas de los demás las que habían hecho que
viera el tomar algo con Paul como una cita. Ser una mujer soltera y disponible (no importaba lo
poco disponible que ella se sintiera) lo cambiaba todo. La forma de pensar de la gente
respecto a ella también estaba cambiando y cómo pensaba Claire en relación con ellos.
Aunque ella no quería cambiar, y menos con respecto a la gente a quienes consideraba
amigos. Trató de recordarse a sí misma que sólo estaba allí para aprender y poder aconsejar
a Georgia, pero de repente le pareció una razón estúpida para estar en un bar del centro,
rodeada de gente más joven y atractiva, con prioridades completamente diferentes.
La puerta del local se abrió y Paul entró. Claire observó que su aspecto era tan
estudiadadamente casual como el de los chicos del autobús. «Ha hecho un esfuerzo por mí.—
se dio cuenta sorprendida—. Y está muy guapo. El bronceado le sienta bien.» Su corazón se
aceleró y de repente se sintió muy nerviosa.
Le hizo señas con la mano y él se reunió con ella, disculpándose por llegar tarde.
—No pasa nada —le dijo—, estaba aquí sentada, mirando a la gente.
Paul le sonrió y pidió una bebida. Hubo un instante de silencio que estaba comenzando a
hacerse largo, cuando él le preguntó de sopetón si volvería a apuntarse al club Smash and
Grab cuando volviera a empezar la temporada de bádminton, en septiembre.
—¿Te acuerdas de cuando ganamos los torneos de tenis y bádminton? —preguntó—.
Apuesto a que podemos volver a hacerlo una vez más.
Ella negó con la cabeza.
—Ahora no tengo la suficiente movilidad.