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—Madura, Claire —le espetó Trinny—. No, hoy en día. Ahora todo consiste en encontrar a<br />

alguien a quien puedas soportar. —Bajó la vista hacia los impresos que tenía en la mesa—.<br />

¿Qué tal tu vida amorosa? —preguntó de sopetón—. ¿Tuviste suerte en la Cena a Oscuras?<br />

Claire se puso roja.<br />

—Bueno, la verdad es que voy salir con uno de ellos dentro de poco.<br />

—¡Claire Hudson!<br />

Le contó lo de la invitación de Gary Collins.<br />

—¿Cuál era? —preguntó Trinny—. ¿Por casualidad no sería ese tipo guapísimo que se<br />

parecía a Becks? Si me dices que sí me echaré a llorar.<br />

—Por desgracia, no —sonrió Claire.<br />

—Bueno, por lo menos tienes una cita.<br />

—Las citas no son tan importantes —dijo Claire—. No cuando ya tienes a alguien, Trinny.<br />

Llama a Josh, dile que lo quieres. Tienes que averiguar lo que deseas de la vida.<br />

Trinny la miró con ironía.<br />

—Es una locura, ¿verdad? Ayudo a dirigir una empresa de cincuenta empleados, pero no<br />

soy capaz de dirigir mi propia vida. Qué triste.<br />

Georgia ya estaba en casa. Claire oyó el sonido del juego de carreras de la PlayStation al<br />

meter la llave en la cerradura. Georgia era un auténtico genio con ese juego que Bill le había<br />

regalado las navidades anteriores al accidente. Bill y Claire observaban atónitos cómo su hija<br />

daba vueltas en coches de carreras digitales, coches de rally y prototipos alrededor de toda<br />

clase de circuitos, consiguiendo récords de tiempos una y otra vez. Ninguno de los dos era<br />

mínimamente hábil con el juego, lo que divertía a Georgia indeciblemente. Se retorcía de risa<br />

cuando, primero Bill y luego Claire, no eran capaces de tomar una curva sin que el coche diera<br />

trompos, perdiendo valiosos segundos en cada vuelta. El único problema, le había susurrado<br />

ella a Bill una noche, sería cuando Georgia finalmente empezara a conducir de verdad. ¡Sería<br />

una verdadera loca en la carretera!<br />

Claire llamó a la puerta del estudio de Georgia y entró. La habitación estaba totalmente<br />

transformada. Las paredes estaban cubiertas de fotos enmarcadas de Phydough y de posters<br />

de los grupos favoritos de Georgia, mientras que las delicadas campanitas de cristal y nácar<br />

que Bill le había comprado en Jamaica, y que ella guardaba como un tesoro, estaban colgadas<br />

del techo. El resto de la superficie de la habitación estaba cubierta por sus peluches, CD,<br />

juegos de la PlayStation, libros y revistas.<br />

Georgia apartó la vista del juego y sonrió fugazmente a su madre. Después volvió a<br />

concentrarse en la carrera, pero al instante Claire supo que algo iba mal.<br />

—¿Qué ha pasado? —le preguntó.<br />

—¿Eh? —Georgia hizo una mueca de disgusto al calcular mal el borde de la carretera y<br />

salirse del circuito.<br />

—Algo va mal —dijo Claire.<br />

—Nada va mal.<br />

—Vamos, Georgey, estás hablando conmigo.

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