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—Me gustaría llevarte a casa —insistió Oliver.
—Tu ofrecimiento es muy amable —se lo agradeció ella—. En serio. Pero... prefiero
caminar.
—Mira, si no me aguantas dímelo abiertamente.
—No es eso —replicó Claire—. De verdad. Es sólo que... no sé si...
—Entonces, ¿por qué has venido si ibas a rechazar inocentes ofrecimientos de
acompañarte a casa? —le preguntó con los ojos brillantes.
—No es eso —dijo—. En serio.
—Vamos —propuso Oliver—. Te acompañaré caminando si es lo que quieres.
«Por qué no —pensó—. ¿Por qué demonios negarme? Es un hombre agradable, es
maravilloso mirarlo... ¿No me merezco tener a alguien como él en mi vida?»
Pero cuando giraron por la calle Amiens, Claire vio el autobús doblando la esquina.
—Oh, mira —exclamó—. Tengo que cogerlo. —Besó fugazmente a Oliver en la mejilla—.
Gracias. Gracias por un montón de cosas.
Se quitó las delicadas sandalias que la incomodaban más y más a cada paso y cruzó
corriendo descalza la carretera hacia la parada.
—Claire —gritó Oliver a sus espaldas.
—Ya sé que he dicho que quería caminar —gritó—, pero estas sandalias son
extremadamente incómodas. Tendrías que haberme llevado en brazos.
—¿Me estás dejando plantado antes de que hayamos empezado? —preguntó.
—No. —De repente se rió—. No, Oliver, sólo me estoy haciendo la difícil.
El autobús se detuvo en la parada y Claire subió antes de que él tuviera tiempo de
responder; pero ella llegó a verlo mirando el autobús alejarse lentamente en dirección a su
casa.