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Georgia suspiró y puso el juego en pausa. Estiró los brazos e hizo crujir los dedos, dejando
los brazos estirados mientras le contaba a su madre el accidente en el McDonald’s.
—... no ha sido nada terrible, pero me he sentido tan... estúpida —concluyó.
—A cualquiera se le podría haber caído la bandeja —observó Claire.
—Lo sé —dijo Georgia—, pero se me ha caído a mí. Así que cualquiera podía echarle la
culpa a lo de mi mano, y no al hecho de que esos tíos chocaran conmigo.
—¿Las chicas han pensado que ha sido por tu mano?
—Bueno, no —reconoció Georgia—. Ellas han insistido en que no ha sido culpa mía.
Siempre se ponen de mi lado. —Se mordió el labio—. Pero no todo el mundo lo hace. Karen
Devlin es una auténtica zorra. Siempre está haciendo comentarios sarcásticos.
Claire miró a su hija, pensativa.
—¿Te molesta?
—Claro que me molesta —reconoció Georgia—, pero todo el mundo sabe que Karen sólo
es una cualquiera.
—Seguramente es una chica insegura —dijo Claire.
La chica resopló.
—No seas tan blandengue, mamá. Es demasiado segura para su propio bien. Es guapa y lo
sabe, y todo mundo quiere ser amigo suyo.
—Pero su popularidad sólo se basa en su aspecto —objetó Claire.
—¡Ya lo sé! —Georgia miró desdeñosamente a su madre—. Pero saberlo no cambia nada,
¿verdad?
—Supongo que no.
Se quedaron sentadas una al lado de la otra en silencio.
—No quiero que la gente sea condescendiente conmigo —dijo Georgia finalmente—. No
quiero que digan «Pobre Georgia Hudson, no tiene padre, no tiene dedo, no tiene
posibilidades».
—Cariño, no dirán eso.
—Te sorprenderías —apuntó Georgia con gravedad.
Claire no sabía qué decir.
Georgia se percató de la cara de preocupación de su madre.
—Se me pasará. Es sólo que no quiero ser diferente. Y si hago algo mal por culpa de mi
mano, no quiero que digan que no ha sido así.
—Pero me has dicho que lo de la bandeja no ha tenido nada que ver con la mano.
—Lo sé.
—Entonces, ¿te estás comportando como una gansa? —preguntó Claire.
—Probablemente —contestó Georgia, y suspiró—. Oh, mamá, tú sabes que en realidad ya
no me importa lo del dedo y las cicatrices; se han convertido en parte de mí. Es sólo que...
estamos hablando de chicos y cosas así, conocemos a tíos, y la mayoría son guays, pero a
veces... —Cogió el mando de la consola y lo miró—. A veces me pregunto si alguna vez
conoceré a alguien que realmente no se fije en mi mano. Me refiero a que, bueno, hay chicos
que dicen que no importa, pero eso significa que han pensado en ello y han decidido que no