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Caroline y Delia se las habían arreglado para sonsacarle que había vuelto a trabajar porque su<br />

marido se había quedado sin empleo, a pesar de que Eavan había procurado no hablar mucho<br />

sobre Glenn. Ellas habían sido comprensivas y la habían apoyado diciendo que todas esas<br />

grandes corporaciones eran una mierda, y que nadie podía sentirse seguro trabajando para<br />

ellos. Simplemente, eras otra pieza del engranaje, dijo Caroline, que había estado en una<br />

empresa de tecnología punta que quebró unas cuantas semanas después de que ella<br />

empezara a trabajar. Quisieron saberlo todo sobre Saffy, y Eavan sacó una foto del bolso para<br />

enseñársela. Entonces Delia se había escapado al piso de abajo y había comprado un marco<br />

para la foto, así que la cara de Saffy le sonreía a Eavan enmarcada en una pantalla de<br />

televisión en miniatura en su escritorio. Se prometió a sí misma que se llevaría una foto de<br />

Glenn para tenerla también sobre su mesa.<br />

El tráfico volvió a avanzar y ella bostezó. Estaba agotada. Pero era un cansancio diferente a<br />

estar con Saffy. Era el agotamiento de hacer algo nuevo, de pensar de una forma diferente, de<br />

interactuar con adultos todo el tiempo. Le había resultado más o menos divertido, pero se<br />

alegraba de haber acabado por esa semana.<br />

Había escuchado el CD de Dido casi entero cuando entró en el garaje. El enorme cartel de<br />

se vende la hizo estremecer. Cuando se habían mudado, ella pensó que estarían allí para<br />

siempre. Tal vez había sido una idea estúpida, se dijo a sí misma, mientras apagaba el motor.<br />

Pero era indicativo de cómo se sentía ahora respecto a su vida. Había sido sincera con Glenn<br />

cuando le dijo que la casa ya nunca significaría lo mismo para ella, que en muchos sentidos se<br />

había convertido en el símbolo de la desmesura, pero sabía que se le partiría el corazón el día<br />

en que salieran por la puerta por última vez.<br />

La televisión del salón estaba encendida. Eavan oyó los sonidos familiares de Toy Story por<br />

enésima vez. Abrió la puerta.<br />

—¡Estás en casa! —Saffy saltó del sofá y voló hasta las piernas de su madre—. Léeme<br />

Cenicienta. Papá no lo hace bien.<br />

—Estoy segura de que papá lo hace de maravilla —dijo Eavan mientras la cogía en brazos<br />

—. ¿Sabes que pesas una tonelada?<br />

—Sí —contestó Saffy alegre—. Papá me lo ha dicho.<br />

—Entonces debemos tener razón. —Eavan la besó en su suave mejilla sonrosada—. ¿Qué<br />

tal te ha ido el día? —le preguntó a Glenn.<br />

—Hemos ido a pasear por el puerto —contestó él entrando en la habitación—. Estaba<br />

precioso. Hemos estado mirando los barcos y contamos... Saffy, ¿cuántos contamos con velas<br />

rojas?<br />

—Diez —respondió la pequeña, orgullosa—. Había diez con velas rojas.<br />

—Qué lista —exclamó Eavan admirada mientras Saffy contaba hasta diez para enseñarle lo<br />

que sabía.<br />

Dejó a la pequeña en el suelo y sonrió a Glenn.<br />

—¿Qué tal estás?<br />

—Muy bien —dijo él—. Hay lasaña en el horno y un vino tinto oxigenándose en la cocina<br />

para ti.<br />

—¿Celebramos algo? —Intentó ocultar la esperanza de su voz.<br />

—No un trabajo. —El tono de Glenn era cuidadosamente neutral—. Pero nosotros hemos

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