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nosotras y nos olvidamos de ellos.<br />

Claire asintió.<br />

—Bien dicho.<br />

—Como tú —prosiguió Georgia sin piedad—. A ti en realidad no te importa Nate en<br />

absoluto, ¿verdad? No te importa cómo se siente, sólo cómo te afecta a ti.<br />

—¡Georgia Hudson! —Claire la miró enfadada—. Claro que me importa.<br />

—¿Ah, sí?<br />

—Por supuesto. Nate... bueno, Nate es un buen hombre. Y no quiero que crea que yo<br />

pienso lo contrario.<br />

—Pero no lo quieres.<br />

—Georgey, naturalmente que no lo quiero. Apenas lo conozco.<br />

—La cuestión es que no me importa que salgas con él —soltó Georgia con sentimiento—. A<br />

mí también me gusta.<br />

—Escucha, celestina, aunque fuera lo que más quisiera en el mundo, las probabilidades de<br />

que él volviera a salir conmigo son mínimas —dijo Claire con convicción—. Puede que los<br />

hombres no sean las criaturas superficiales y vacías que a veces creemos que son, pero<br />

prefieren salir con gente que no les deja en ridículo en público.<br />

—En parte es culpa mía —se lamentó Georgia con pesar—. No tendría que haberte hecho<br />

llevar esos zapatos.<br />

—Fue más culpa mía —añadió Claire—. No tendría que haber pedido vino tinto.<br />

Más tarde, aquella noche, cuando Georgia se había ido a la cama y estaba profundamente<br />

dormida, Claire deambuló por el jardín una vez más. Las luces que Nate había instalado en los<br />

parterres brillaban delicadamente, con una suave luz. Las luces de colores de la rocalla<br />

también brillaban detrás de las ramas del manzano. La fuente de la rocalla gorgoteaba<br />

mientras el agua reciclada caía sobre las rocas.<br />

Era un lugar lleno de paz otra vez. Si lo único que Nate hubiera hecho hubiese sido arreglar<br />

el jardín, ya habría merecido la pena conocerlo. Distraídamente, arrancó el capullo de una<br />

campanita. Tal vez algún día, en un futuro lejano, cuando estuviera lista de verdad, encontrara<br />

a alguien. Alguien que no ocuparía el lugar de Bill, pero alguien a quien ella permitiera entrar en<br />

su vida.<br />

El sonido del timbre resonó en el aire nocturno. Claire dejó caer la flor que tenía en la mano<br />

y se apresuró hacia la casa, con el corazón acelerado. Nadie llamaba a esa hora de la noche<br />

con buenas noticias. Le temblaban los dedos cuando abrió la puerta.<br />

—Hola —saludó Nate. Miró su pijama y su bata y frunció el cejo—. Lo siento, no quería<br />

sacarte de la cama.<br />

—No estaba en la cama. —El corazón le seguía latiendo de prisa—. Pero es tarde. ¿Qué<br />

quieres?<br />

Él la observó pensativo, con sus ojos de extraños colores.<br />

—Quería hablar contigo, pero no debería haber venido a estas horas. No me había dado<br />

cuenta de lo tarde que era.

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