Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
que ella era buena en su trabajo.<br />
Las profecías más extremas de Eavan no se cumplieron. A Claire le encantaba trabajar con<br />
Bill y la clínica marchaba mejor que nunca. A veces, cuando estaban en la cama por la noche,<br />
Claire se preguntaba a qué se debería que ella hubiera sido tan afortunada de conocer a su<br />
alma gemela cuando veía que para mucha gente no había sido así. Como Margaret Reilly, que<br />
iba a menudo a la clínica diciendo que se había golpeado con el canto de la puerta, cuando<br />
todo el mundo sabía que, después de un par de pintas, Terry Reilly le pegaba. A pesar de los<br />
consejos de Bill, la mujer ni lo denunció ni quería dejarlo. A Claire se le encogía el corazón<br />
cada vez que Margaret entraba con una mejilla o la frente lastimada. Samantha Walton era<br />
otra habitual de la clínica que no había tenido suerte al elegir marido. Martin Walton era un<br />
mujeriego empedernido que le había pegado la tricomoniasis. Bill tuvo que hablar seriamente<br />
con ella sobre la posibilidad de que Martin cogiera una enfermedad de transmisión sexual más<br />
grave y también se la contagiara. Había otras mujeres, algunas que dejaban a sus maridos, o<br />
a las que sus maridos habían dejado; otras que eran infelices... Todas iban a la clínica con<br />
enfermedades que a veces eran físicas, pero que a menudo eran el resultado del estrés de<br />
sus vidas. Cada vez que Claire veía a Margaret o a Samantha o a Fiona, Sharon, Esther, Lillian<br />
o Beatrice, daba gracias por tener a Bill Hudson.<br />
Lo único que se le podía reprochar a Bill era su ética del trabajo. Trabajaba tanto en la<br />
clínica que tenían poco tiempo para estar juntos en familia. Así que, cuando aquella mañana de<br />
noviembre abrió el sobre y se enteró de la increíble noticia de que había ganado el concurso,<br />
no le cupo ninguna duda de que iba a ser el viaje de sus vidas. Irían.<br />
Bill estuvo de acuerdo. La levantó en brazos y la hizo girar en el aire, Georgia entró en la<br />
habitación y miró a sus padres completamente asombrada, después se sumó a los gritos de<br />
alegría y la emoción de pasar una semana en Jamaica.<br />
Fueron en febrero, dejando atrás una ciudad inmersa en una ola de frío tan fuerte que las<br />
casas no se podían calentar del todo ni teniendo la calefacción todo el día puesta<br />
(especialmente una casa como la de Bill y Claire, que a pesar de todas las reformas dejaba<br />
escapar el calor por algún sitio). En Londres, donde hicieron escala, hacía aún más frío. El<br />
cielo estaba pesado y gris debido a la nevada que se avecinaba. Cuando el enorme avión en el<br />
que iban despegó y se elevó atravesando las nubes, Claire cerró los ojos y se aferró con<br />
fuerza a los apoyabrazos de su asiento; estaba aterrorizada por las sacudidas y la agitación<br />
del avión, y convencida de que éste caería en picado y todos morirían.<br />
Bill y Georgia se rieron de ella. Bill le estuvo explicando lo seguro que era viajar en avión y lo<br />
fiable que era el empuje del motor, mientras que Georgia decía alegremente que era como<br />
subir a una montaña rusa y que era divertidísimo. Claire, no obstante, siguió agarrándose a los<br />
apoyabrazos y suplicándoles que no se movieran para que no se desestabilizara el avión.<br />
Logró recuperarse una vez que atravesaron las nubes y alcanzaron el cielo azul y despejado<br />
y las turbulencias pararon. Cuando sobrevolaban el océano Atlántico ya había conseguido<br />
soltar el apoyabrazos. Al aterrizar en Jamaica casi había superado el pánico.<br />
—Pero tú fuiste a Francia en avión sola —le dijo Bill cuando ella le contó que también lo<br />
había pasado fatal cada minuto del vuelo desde Dublín hasta Londres—. No tenía idea de que<br />
entonces también hubieras pasado tanto miedo.<br />
—En realidad, cuando fui a Francia no me di cuenta —dijo—. Estaba demasiado ocupada<br />
echándote de menos como para preocuparme. Además —añadió—, las dos veces hacía muy<br />
buen tiempo, y creo que no hubo ni una sola sacudida.