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Después de que todo el mundo se hubo ido a la cama, Georgia le mandó un mensaje a
Steve Ó Sé contándole que posiblemente organizarían una barbacoa en su casa. Él sería
bienvenido, le dijo, aunque habría un montón de adultos. Pero no sería excesivamente aburrido.
Las chicas también irían, y algunos de sus otros amigos también. Siempre que su madre no se
rajara y decidiera suspender la barbacoa.
Era uno de los mensajes más largos que había mandado nunca, y casi de inmediato deseó
no haberlo hecho. Sonaba patética y triste, pensó, contándole algo que no era definitivo.
Invitándole a una barbacoa que en realidad era para su madre y sus amigos. Tal vez ninguna
de sus amigas se molestara en asistir, y ella se quedaría sola, deambulando por el jardín
como una alma en pena hasta que lograra escapar. Estaba muy bien hablar de generaciones
de juerguistas Nelligan reunidas, pero ¿qué posibilidades reales había de que todos lo pasaran
bien? Quizá su madre tenía razón en eso. E invitar a Steve, bueno, sería totalmente estúpido.
Si tenía el mínimo deseo de verla no sería en su casa, delante de su madre. «Mierda —pensó
—. No soy tan guay en algunas cosas. Se supone que las chicas de catorce años no se llevan
bien con sus madres. Mamá tenía razón, debería vagabundear por ahí, enfurruñada, diciéndole
a todo el mundo lo pesada que es mi madre, y no animarla a que organizara estúpidas
barbacoas.» Su teléfono sonó. Un mensaje.
Dim cdo. Intntr ir.
Lo leyó y la excitación bulló en su interior. Puede que fuera una estúpida barbacoa, pero si
él venía... si él venía, entonces no sería estúpida en absoluto.