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—¿Querías decir que, ahora que soy una mujer mayor abandonada, te parece que deberías
pasarte por mi casa a llevarme una sopita?
—No. —Claire súbitamente también se echó a reír, sorprendiéndose a sí misma—. Es sólo
que... bueno, estar sola no es fácil.
—Sin embargo creo que es mejor que vivir con alguien que no te quiere —replicó Eileen.
—¿Era tan horrible? —preguntó Claire.
—Es algo que mina tu confianza —confesó su madre—. Vale, la magia ha desaparecido
para los dos, pero es inevitable preguntarte por qué ya no te encuentra atractiva.
—Oh, mamá. —Claire rodeó a su madre por los hombros.
—Así es —replicó Eileen—. Pero al menos por fin vamos a hacer algo al respecto.
Claire consultó su reloj.
—¿Papá espera que vaya a verlo? ¿Aquí o en otro sitio?
—Le dije que le llamaría si querías verlo esta noche —respondió su madre—. Depende de
ti. Puedes quedar con él donde quieras.
—Quiero hablar con él —dijo Claire—, pero tal vez hoy no. No estoy segura de estar aún
lista.
—Estaría bien que lo siguieras queriendo —añadió Eileen.
—Lo entiendo —asintió Claire—. Y por supuesto que todavía lo quiero. Puedes decírselo.
Lo llamaré más tarde, o tal vez le envíe un mensaje y se lo diga yo misma.
—A él le gustaría —dijo Eileen—. Estaba preocupado por ti.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó Claire inexpresiva—. Los dos habéis tenido mucho tiempo
para pensar sobre todo esto. Lo único que cabe esperar es que estéis haciendo lo correcto.
—Estamos haciéndolo —le aseguró su madre—. Tu vaso está vacío, cariño. ¿Quieres más
agua o crees que te hace falta algo más fuerte?
Claire y Eileen permanecieron sentadas en el jardín hasta que llegó la hora en que Claire
tenía que coger su tren. Eileen le contó cosas sobre los agentes inmobiliarios, la mudanza y lo
raro que era mirar pisos y apartamentos a esas alturas de su vida. Pero, añadió, algunos eran
preciosos. Ideales para una persona sola. Decorar una casa nueva iba a ser divertido.
Súbitamente, Claire se dio cuenta de que su madre parecía mucho menos grave que antes, y
que sus ojos brillaban de una forma que no había visto en mucho tiempo.
—¿Eras muy infeliz? —le volvió a preguntar Claire a su madre cuando la abrazó para
despedirse.
—No te das cuenta de ello hasta que las cosas cambian —respondió—. Entonces te
preguntas cómo era posible que lo aguantaras.
—Ojalá lo hubiera sabido.
—¿Qué hubieras podido hacer? —Eileen sonrió débilmente—. Era nuestro error, no el tuyo.
—Un error de larga duración por mí.
—Debimos haber hecho algo antes —convino la mujer—. Me culpo de haber permitido que
las cosas fueran a la deriva. Nunca permitas que las cosas se te escapen de las manos —dijo
estrechando a su hija—. Sal ahí fuera y vive tu vida, Claire.