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CAPÍTULO 31<br />

Helianthus (girasol): flores amarillas, naranjas o rojas. Puede<br />

alcanzar los tres metros de altura. Regar cada semana.<br />

DOS SEMANAS MÁS TARDE y unos días antes de que Georgia comenzara otra vez el<br />

colegio, Eileen se mudó a casa de Claire.<br />

—Será sólo una noche o algo así —le aseguró a Claire—, después no me verás el pelo.<br />

—Quédate el tiempo que haga falta —le dijo su hija, aunque no estaba segura del todo de<br />

cómo resultaría aquello. De repente, con su madre en casa, se sentía otra vez como una hija,<br />

como si Eileen fuera la persona a la que debía dirigirse antes de tomar cualquier decisión. Le<br />

parecía como si su madre la observara todo el tiempo, mirando cómo hacía las cosas y<br />

juzgando su capacidad para llevar su casa y ser madre. Sabía que no era verdad, pero no<br />

podía evitar sentirse como si estuviera pasando un examen de maternidad con Eileen como<br />

examinadora.<br />

El tercer día estaba abordando una de sus montañas de ropa para planchar (se preguntaba<br />

cómo era posible que la pila siguiera creciendo) cuando sonó el timbre. Eileen, que había<br />

estado sentada en el jardín, disfrutando del buen tiempo que era increíblemente cálido, se<br />

levantó para abrir.<br />

—Ya estaba yendo yo —protestó Claire.<br />

—Tonterías —dijo Eileen—. Tú estás ocupada.<br />

Ése era otro tema, pensó. Eileen sentía que tenía que hacer cosas, como llenar el<br />

lavavajillas o ir a buscar el periódico (sin caer en la cuenta de que se lo entregaban en la<br />

puerta cada día) o vaciar los cubos de basura. Claire deseaba que su madre se limitara a<br />

sentarse y relajarse, pero imaginaba que a la mujer le costaba. Después de todo, había<br />

llevado su propia casa durante toda su vida adulta. Quizá no supiera relajarse.<br />

—Una visita para ti. —Eileen miró a Claire con interés mientras Nate Taylor la seguía a la<br />

cocina. Phydough, que estaba dormido en su cesta, ladró para saludarle, y Nate le hizo<br />

cosquillas bajo la barbilla.<br />

—Oh, Nate, hola. —Claire sintió cómo se le subían los colores—. Qué agradable volver a<br />

verte. ¿Qué puedo hacer por ti?<br />

—Te he traído un regalo —dijo Nate.<br />

—¿Un regalo? —Claire lo miró confundida—. ¿Qué tipo de regalo?<br />

—¿Te acuerdas que estabas buscando un termómetro para la pared pero que no te<br />

gustaban los de hierro forjado?<br />

Ella lo recordaba, pero tampoco era nada importante. Lo había comentado de pasada,<br />

como algo que compraría en algún momento. Sin embargo asintió.<br />

—Estos llegaron el otro día y pensé que podían gustarte. —Nate le entregó una caja; el<br />

termómetro tenía forma de girasol y el mercurio subía por el tallo.<br />

—Es precioso —dijo—, realmente bonito. ¿Cuánto te debo?<br />

—Es un regalo —le recordó Nate—. No me debes nada.

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