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de la noche, era un viaje de menos de diez minutos. Estaría en casa antes de darse cuenta.<br />

Pasó otro taxi. Y otro.<br />

«Vamos, Claire —se instó a sí misma—. Si Georgia puede aguantar que la insulten chicos<br />

idiotas, tú puedes coger un maldito taxi.» Levantó un brazo y el siguiente taxi que pasó se<br />

detuvo a su lado. Abrió la puerta. La asaltó una oleada de fragancia de pino. En el taxi de<br />

Jamaica también olía a ambientador de pino. Notó unas gotas de sudor en la nuca. Menos de<br />

diez minutos, se dijo a sí misma. Quizá sólo cinco. Cinco minutos no eran nada.<br />

Se subió a la parte de atrás y le dio su dirección al taxista. Cerró la puerta. El olor era<br />

insoportable. Parecía que se le adhiriese. Sintió que se le aceleraba el corazón. Cerró los ojos<br />

y se agarró con fuerza al apoyabrazos.<br />

Oyó que el taxista le decía algo, pero no tenía ni idea de qué. Pensó que tendría que haber<br />

farfullado algo a modo de respuesta, pero no estaba segura. El sudor le bajaba por la espalda<br />

y por el escote. Tenía las manos húmedas. «No puedo seguir aquí dentro —pensó de golpe—.<br />

¡Simplemente, no puedo!»<br />

—Hemos llegado.<br />

Se dio cuenta de que habían parado. Abrió los ojos. Estaban delante de su casa.<br />

—Gracias. —Abrió la puerta y se quedó en la acera mientras hurgaba en su bolso.<br />

—La hubiera matado si llega a vomitar en mi taxi —le dijo el taxista—; por el amor de Dios,<br />

señora, tendría que ser más sensata.<br />

El hombre pensaba que estaba borracha. Casi se echó a reír ante la idea.<br />

—Todas esas juergas con alcohol... —refunfuñó el taxista. Cogió los billetes y rebuscó entre<br />

las monedas para entregarle el cambio.<br />

—Está bien —dijo ella—. No hace falta.<br />

—Gracias.<br />

Sabía que le había dado una propina excesiva, pero no le importaba. Se apresuró hacia el<br />

camino del jardín y entró en su casa. Ojalá Georgia no se hubiera quedado en casa de Robyn<br />

aquella noche. Le hubiera gustado tener a alguien con ella, alguien que le dijera que no era una<br />

estúpida que no sabía nada de la vida.<br />

Entró en la cocina y se preparó una taza de té. Phydough, que estaba durmiendo en su<br />

cesta, abrió un ojo y volvió a cerrarlo. Pobre Gary, pensó Claire, mientras los latidos de su<br />

corazón se tranquilizaban y se le pasaba el mareo. ¡Una botella de champán esperando en<br />

casa y nadie con quien bebería! Aunque en realidad tampoco era pobre Gary. Seguramente<br />

llamaría a Amy o a Stella.<br />

Vació los posos del té en el fregadero y enjuagó la taza antes de dejarla en el<br />

escurreplatos. Fue a la entrada y activó la alarma. Mientras tecleaba los números, se dio<br />

cuenta de que la luz del contestador parpadeaba.<br />

«Demonios —pensó—, espero que Georgia no me estuviera buscando.» Pero Georgia la<br />

habría llamado al móvil y, aunque lo había puesto en silencio en el teatro, se hubiese enterado<br />

de que la llamaban.<br />

Pulsó la tecla de reproducción del contestador.<br />

—Hola, Claire —dijo la voz—, soy Oliver Ramsey. Me preguntaba si... si te gustaría venir al<br />

teatro conmigo. Tengo entradas para ver My Fair Lady la semana que viene. Mencionaste que<br />

te gustaban los musicales. Dime si te apetece. Gracias. Adiós.

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