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Claire le dijo a la familia irlandesa de Floret que ya se había cansado de ser au pair. Niall y
Theresa Carmichael se quedaron desolados al saber que se iba, porque Claire era realmente
buena con Amy y Raúl, ambos la adoraban, y también trabajaba muchísimo en la casa. (Su
anterior au pair se había negado en redondo a hacer las tareas del hogar que Theresa le
había asignado, como pulir sus muebles de roble o fregar el suelo todos los días.) Le
ofrecieron más dinero para que se quedara, pero Claire ya había tomado una decisión. Seis
meses sin Bill Hudson eran demasiados.
Con y Eileen Shanahan también estaban desolados. No les gustaba especialmente la idea
de que Claire se hubiera ido a Francia todo un año, pero ambos creían que era bueno para ella
mantenerse alejada de Bill durante una temporada. Sin embargo ahora había vuelto, y les
había dicho que iba a conseguir un trabajo en Dublín.
—Si es que puede —le dijo Con a Eileen.
En aquella época, el mercado laboral no estaba muy boyante.
A Claire le llevó dos semanas encontrar el trabajo en Locum Libris. Gracias al curso de
mecanografía que Eileen había insistido en que hiciera durante el último año de instituto, Claire
era bastante buena escribiendo a máquina, se le daba bien coger el teléfono con amabilidad y
estilo y dominó la jerga médica realmente de prisa.
—Me caías mal —le contó Eavan tiempo después—. Eras demasiado rápida comparada
con el resto de nosotros.
Las dos chicas se llevaban bien, a pesar de que Eavan puso el grito en el cielo cuando un
par de semanas después de entrar a trabajar en la empresa, Claire llegó con un anillo de zafiro
en el anular de su mano izquierda y les anunció que Bill y ella se casarían el año siguiente.
—No es que crea que no debas casarte si verdaderamente quieres a ese tipo —le dijo a
Claire esa noche, cuando salieron a tomar algo para celebrarlo—. Es sólo que no sé por qué
tienes que atarte a un único hombre. Estás en el mejor momento de tu vida, Claire. Deberías
estar yendo a discotecas y pasándolo bien.
—Y buscando desesperadamente a Míster Perfecto. —Claire matizó—. ¿Es que no te das
cuenta, Eavan? Yo ya lo he encontrado.
Y, en efecto, cuando Bill apareció con Claire en la fiesta de Navidad de Locum Libris
increíblemente atractivo con su esmoquin de alquiler, Eavan concedió que tal vez Claire tenía
razón en casarse cuanto antes. Como le dijo Eavan, Bill era tan atractivo y guapo que, a
menos que se diera prisa, no cabía ninguna duda de que alguna otra mujer intentaría
quitárselo.
—Yo no estaría interesado —le dijo él a Claire esa noche, cuando ella le contó la
conversación—. Nunca he estado interesado en nadie que no seas tú.
Ella tenía diecinueve años y él veinte. Nunca, ni por un segundo, lamentó haberse casado
con él.
Se tapó la cara con las manos y se obligó a no llorar. Al principio se había permitido
hacerlo. Bill le había explicado que las lágrimas eran una parte importante de los mecanismos
de curación del organismo y ella sabía que tenía razón. Pero había un momento, pensó, en
que las lágrimas debían parar. Y sería una maldición, pensó mordiéndose el labio con fuerza,
que volviera a llorar por primera vez desde hacía meses, justo cuando estaba sola en casa.
Sería como dar la razón al entrometido discurso de Eavan, y eso no iba a permitirlo.
Eileen lloró en su boda. Con, su padre, no. Éste le había apretado la mano con fuerza