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—Son los de la empresa de seguridad —explicó Claire—, para comprobar si era una falsa
alarma o no.
—Fui yo. —La voz de Steve ya era asustada y culpable—. Abrí la ventana. Hacía mucho
calor. Saltó al instante.
Claire no sabía por qué de repente tenía ganas de reírse. No había nada de gracioso en la
situación, pero había algo en el tono aterrorizado de Steve y en la mirada de ansiedad de
Georgia que le daba ganas de partirse de risa. Fue al teléfono y confirmó a la empresa de
seguridad que todo estaba bien. En la otra habitación, Eileen, Georgia y Steve esperaban en
silencio a que Claire volviera.
—Tengo que llamar a tus padres —le repitió a Steve—. Tienen que saber dónde estás.
—Se lo digo en serio, no les importa —contestó el chico—. Si hubieran querido saberlo me
habrían llamado al móvil, cosa que no han hecho. —Sacó un Nokia verde brillante del bolsillo
de sus pantalones, que estaban en la silla—. ¿Lo ve?
No había llamadas perdidas ni mensajes en el móvil.
—No les importa una mierda —soltó Steve.
—Tal vez creen que estás en casa —sugirió Claire.
—¿Sabes qué?, Clair —intervino Eileen—, ¿por qué no preparo una taza de té? Después
podrás llamar a los padres de Steve.
Georgia miró esperanzada a su madre.
—Bueno, vale —dijo Claire—, pero primero vamos a vestirnos.