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me cuesta aceptar la idea de que usted no supiera que su hijo de quince años ha estado fuera
toda la noche.
—Él me contó que estaba trabajando en un club nocturno —se defendió Gráinne—. A veces
lo hace, ayuda en el espectáculo de láser.
—Pues anoche no estuvo allí —replicó Claire.
—Será mejor que lo mande de vuelta en el primer autobús —le dijo Gráinne.
—En realidad, esperaba que usted o su marido vinieran a recogerle —contestó Claire.
—No podemos —respondió Gráinne—. No ahora mismo. Myles tiene que hacer un
programa en la radio por la mañana y necesita el coche para ir allí.
—Estoy segura de que tiene tiempo de sobra para recoger a Steve antes de ir al programa
—insistió Claire.
—No —contestó Gráinne—. Es un programa a primera hora. No le daría tiempo de ir y
volver.
—¿Sabe? No puedo evitar pensar que el bienestar de su hijo es mucho más importante que
un programa de radio —espetó Claire secamente—, pero naturalmente eso depende de usted.
En cualquier caso, yo no lo voy a meter en un autobús.
—Tal vez pudiera acompañarlo usted —sugirió Gráinne—. Le pagaremos los gastos.
Claire apretó el teléfono. No se podía creer lo poco que le preocupaba a esa mujer todo el
asunto. «O tal vez —pensó—, yo estoy exagerando.» Aunque no lo creía.
—Yo no tengo coche —respondió—. Se quedará aquí hasta que puedan venir a buscarle.
—Estupendo. —Gráinne suspiró aliviada—. Myles la llamará después del programa. Irá
directo a su casa.
Claire le dio la dirección y después colgó. Sonrió brevemente a Steve y a Georgia, que la
estaban observando nerviosos.
—Bueno —dijo ella—. Te quedarás un rato más, Steve. Así que tal vez quieras darte una
ducha y vestirte mientras esperas a que tus padres te vengan a buscar.
—Gracias —dijo él, levantándose de la mesa. Un segundo más tarde volvió a asomar la
cabeza por la puerta de la cocina.
—Sube la escalera y a la derecha —le indicó Claire antes de que a él le diera tiempo a
hablar.
—Gracias —repitió.
—Sí, mamá, gracias —dijo Georgia.
—No me parece bien lo que has hecho —replicó Claire severa Puede que creyeras que lo
tenías todo bajo control, pero a veces las cosas se descontrolan, y antes de darte cuenta
puedes haber hecho algo que después lamentarás.
—Pero las cosas no se descontrolaron —observó Georgia.
—Supongo que no. —Claire creía a su hija.
—Sin embargo, me alegro de que te pusieras un poco como una loca —añadió Georgia—.
Prefiero tener una madre que se preocupa demasiado a una como la de Steve, a la que todo le
da igual.
—¡Pelota! —Pero Claire sonrió mientras le revolvía el pelo ya despeinado. Y volvió a sonreír
cuando Georgia le dio un abrazo de oso en agradecimiento.