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—Sólo son las diez y media —se resistió él.
—Sí, pero no quiero perder el último autobús.
—¿¡Quieres coger un autobús!? —Parecía horrorizado—. Coge un taxi.
Ella negó con la cabeza.
—Nunca hago eso.
—¿Qué?
—No cojo taxis.
—¿Por qué no?
—Porque no me gustan los coches —cortó secamente.
—Ah —cayó él en la cuenta. Eavan le había contado que, desde el accidente de Bill, Claire
había desarrollado fobias, y la había dicho que no le gustaban los coches, pero Paul no se
había percatado de hasta dónde llegaba el asunto.
—Pues te acompaño hasta la parada —le propuso.
—Como quieras. Pero está bastante apartada de tu camino, ¿no?
—Luego cogeré un taxi hasta casa —dijo él—. A mí sí me gustan los coches.
Todavía chispeaba mientras caminaban por la calle Dame y subían por la calle
Westmoreland. Paul cogió el paraguas medio roto de Claire y lo sujetó sobre los dos, lo que
suponía que ella tenía que agarrarse de su brazo. En cuanto llegaron a la parada, llegó el 44A.
—Qué coordinación —comentó Claire.
—¿Estás segura de que no prefieres coger un taxi conmigo? —preguntó Paul—. No
permitiré que te pase nada malo.
—El autobús es igual de rápido —respondió ella.
—Está bien. —Hizo una mueca—. No sé cuánto tiempo hace desde la última vez que
acompañé a una chica a la parada.
—A mí nunca me habían acompañado a la parada del autobús —confesó ella.
—No podía tener más de catorce o quince años —le explicó—; prefiero pensar que he
dejado esa parte de mi vida atrás.
Claire sonrió, cogió su paraguas y lo cerró.
—Buenas noches, Paul —dijo—. Y gracias por esta noche.
—Gracias a ti —replicó él—. Y si alguna vez necesitas un hombre para hablar, ya sabes,
tienes mi número.
—Claro.
—Así que, buenas noches. —Esa vez no la besó en los labios, pero le dio un beso fugaz en
la mejilla.
—Buenas noches —contestó ella—. Y gracias de nuevo.
—Me ha gustado mucho verte. No lo olvides, llámame si me necesitas.
—Lo haré.
Claire avanzó por el pasillo del autobús y se sentó. La lluvia que seguía cayendo se
deslizaba por las ventanas, distorsionando su visión, pero vio a Paul despedirse con un gesto,
antes de meter las manos en los bolsillos y alejarse calle abajo. Ella se recostó en el asiento.
No había sido la cita que esperaba, pero había merecido la pena.