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—Sexy —dijo Tanya—. Muy sexy.
—Totalmente —estuvo de acuerdo Amy—. La mejor voz del lugar. Y —añadió mirándole
con malicia— también el mejor cuerpo.
Oliver parecía encantado, mientras que los otros hombres parecían en cambio desalentados
y las chicas se reían.
Era más sencillo charlar con luz, pensó Claire, pero la conversación era también menos
profunda. Por alguna razón, ver a alguien impedía hacerle preguntas sobre sí mismo, pero
siguió disfrutando de la compañía de todos los que estaban en la mesa, y de la diversión que
representaba estar con gente nueva.
—¡Claire! ¡Eh! ¿Cómo lo estáis pasando? —Trinny Armstrong se acercó a la mesa—. Uf,
por aquí os las habéis arreglado para haceros con unos cuantos hombres atractivos. Los
nuestros son horribles. Sin duda, gente adorable, pero no atractivos. —Miró a Oliver Ramsey
con una ceja levantada—. Por Dios, ¿alguna vez te han dicho que eres un calco de David
Beckham?
—Muchas —contestó Oliver.
—Muy atractivo —dijo Trinny y se volvió hacia Claire—. Escucha, Claire, unos cuantos
vamos a ir a tomar algo y a bailar. ¿Te apetece venir? ¡Tráete a Becks si quieres!
Ella negó con la cabeza.
—No creo, Trinny, gracias.
—Oh, ¿por qué no? Petra y Rosie vienen. Pasa la noche con nosotras.
Oliver la miró de manera inquisitiva.
—Podría ser divertido.
«Podría —pensó Claire—. Pero no sería lo mismo con las chicas de Locum Libris. Era
mucho más liberador estar con desconocidos.» Comprobó su reloj. Pasaban de las once. Se
había quedado más tiempo del que esperaba. Súbitamente se sentía cansada y no quería irse
de copas.
—Lo he pasado genial —les dijo— pero me voy a ir ya.
—Bueno, vale —aceptó Trinny—. Llámanos la semana que viene. —Luego le dedicó una
amplia sonrisa a Oliver—. No tienes que quedarte con este grupo, ya lo sabes. Evidentemente
has aterrizado en la mesa aburrida.
Oliver le sonrió.
—Ya veremos.
Claire se levantó.
—Ha sido maravilloso conoceros —dijo—, pero me tengo que ir.
—¡Claire! —Richard la miró desilusionado—. Justo estábamos hablando de ir todos juntos a
tomar algo. Tienes que venir.
—Gracias —contestó ella—. Tal vez en otra ocasión, pero esta noche no.
—¿Por qué no me dais todos vuestros números de teléfono? —dijo Tanya—. Podemos
organizar algo otro día.
Todos menos Claire llevaban sus números apuntados en tarjetitas. Ella escribió el suyo unas
cuantas veces en la parte de atrás de los menús, los cortó, se los pasó a los demás y se
disculpó por ser tan poco previsora. Echó un vistazo a las tarjetas que le habían dado a