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algo, ya veremos.
—¿Cuándo empiezas?
—La semana que viene —dijo ella.
—¿Cuál es el sueldo?
Eavan se lo dijo y él la miró pensativo.
—No está tan mal, ¿no?
—Bueno, imagino que necesitaban a alguien rápido y que estaban dispuestos a pagar un
poco más...
—Tenías un cargo bastante importante cuando dejaste tu trabajo anterior —recordó él—.
Te pagaban bien.
—Oh, en Locum Libris fue fácil ascender —replicó Eavan quitándole importancia—. Estuve
allí durante años.
—Aunque fuiste tú quien quiso dejarlo, ¿no? Fuiste tú quien lo propuso aunque siempre
decías que tenías un trabajo interesante.
Eavan suspiró.
—Esto es un trabajo completamente distinto. No es de directivo, no es tan interesante.
Además estoy segura de que sólo será temporal.
—Pero tienes que hacerlo por mi culpa.
—¡Oh, por Dios! —Eavan trató de ocultar su exasperación—. Glenn, estas cosas pasan. De
verdad. A todo el mundo. Así que por favor, deja de sufrir por ello. Conseguirás otro trabajo.
Sé que lo harás.
Se sentó en el sillón que estaba enfrente de él.
—Entretanto... —se humedeció los labios—, entretanto, mañana vendrá un agente
inmobiliario a ver la casa.
Glenn la miró atónito mientras Eavan le repetía una vez más que por lo que a ella concernía
no podría volver a sentir lo mismo por la casa nunca más, y que era mucho mejor coger el
dinero que les dieran por ella y mudarse antes que matarse por conservarla. Le dijo que para
ella eran compañeros, no rivales, que no quería que se obsesionara porque ella hubiese
conseguido un trabajo y él no; porque él era un especialista, mientras que ella había vuelto a lo
que hacía antes. Era, le dijo, uno de los grandes beneficios de ser mujer. La gente te ofrecía
empleos y no temía que intentaras robarles los suyos una vez que entrabas a trabajar. Cuando
terminó de hablar, lo miró desafiante.
—Tienes razón —le dijo Glenn finalmente—. Tienes razón en todo. Lo que me molesta más
aún, porque siempre quieres tener razón.
Eavan no dijo nada.
—Y si tú eres la que se tiene que levantar al alba e ir a trabajar durante unos meses
mientras yo disfruto de mi hija, a mí me parece bien. De verdad.
—Sé que no es fácil —dijo ella.
—No es fácil porque tengo el ego deshecho —reconoció Glenn—, pero tienes razón. No
puedo pensar sólo en mí. Tengo que pensar en nosotros. Y si esto funciona para todos... —Se
encogió de hombros.
—Estupendo. —Se levantó del sofá y besó a su marido. Después subió a la habitación, se