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—Ha sido como el accidente —prosiguió Georgia con voz temblorosa—, aunque en realidad
no puede ser, porque no recuerdo nada. Pero cuando he visto las luces azules ha sido como...
me he acordado... he recordado algo. —Una lágrima rodó por su mejilla—. Estaba tan
asustada.
Claire la apretó contra sí.
—No hay por qué tener miedo —dijo—. Estoy aquí. Yo cuidaré de ti.
Georgia no dijo nada, pero Claire notaba cómo su cuerpo se agitaba con los sollozos.
Después de un momento, levantó la cabeza y resopló con fuerza.
—Lo siento —se disculpó—. Me estoy comportando como un bebé.
—No, no lo estás haciendo —la tranquilizó Claire.
—No puedo ser un bebé —concluyó Georgia—. No puedo llorar.
—¡Por el amor de Dios! —Claire la miró preocupada—. Claro que puedes llorar. Cualquiera
que se lleva un susto puede llorar. Es una reacción perfectamente normal.
—Pero... pero...
—Pero ¿qué?
—Tengo que ser fuerte —dijo Georgia.
—No, no tienes que serlo —la contradijo Claire con firmeza—. Puedes ser tan blanda como
quieras.
Una sonrisa asomó a la boca de Georgia y la chica se secó las lágrimas otra vez.
—Yo nunca he sido una blanda.
—Quizá no. —Claire la besó en la frente—. Pero ¿por qué tienes que ser fuerte? —
preguntó.
Georgia tragó saliva.
—Por ti —contestó al fin—. Necesitas que sea fuerte.
—¡Georgia! —Claire la miró atónita—. ¿Por qué piensas eso?
—Por lo de papá —respondió su hija—, porque tenías el corazón roto. Porque perdiste a la
persona que amabas. Por eso necesitas que yo sea fuerte. Al principio no lo fui. Fui débil y
tonta, con toda aquella insensatez de no hablar. No era mi intención, pero lo fui. Y entonces,
cuando oí hablar de ti y lo duro que te estaba resultando, y lo preocupada que estabas por
mí... me sentí fatal. Fatal.
—¡Oh, Georgey, pequeña! —Claire apretó su abrazo aún más—. No pienses eso ni por un
segundo. No. Por supuesto que perdí a alguien. Las dos lo perdimos. Pero no perdí a la única
persona a la que amaba. Todavía tengo conmigo a quien quiero más que a nadie en el mundo.
Aún te tengo a ti, Georgey.
—Pero no es lo mismo —resopló la chica—. No lo es. Me quieres porque soy tu hija, eso es
todo.
—Georgia Hudson. —Claire estaba más impresionada de lo que lo había estado en toda su
vida—. No me puedo creer que pienses que sólo te quiero por obligación. ¿Cómo has podido
imaginar algo así? —Miró a su hija con el cejo fruncido por la preocupación—. Cariño, tú eres
lo más importante y preciado que hay para mí en el mundo. Y te quiero más que a nadie.
—Pero no más que a papá —espetó Georgia.
Claire se quedó callada. El corazón le latía con fuerza. Estaba destrozada al pensar que su