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—¡Por el amor de Dios! —Claire la miró divertida—. Aunque así fuera, eso no cambiaría
nada. Lo vi por primera vez en el paseo marítimo, Phydough lo tiró al suelo y casi lo mata.
Después choqué con él en su tienda y se le rompió la maceta que estaba llevando.
—¿Y después de todo eso todavía tiene ganas de trabajar en tu jardín? —A Eavan le
brillaban los ojos—. Suena prometedor.
—Está casado —espetó Claire—. Con la chica que lleva la nueva floristería que hay más
abajo.
—Bueno —Eavan sonrió—. Entonces te tendrás que quedar con Becks junior.
—No me quedo con ninguno —replicó Claire.
Eavan se echó a reír.
—¿Sabes?, de repente estás más contenta, ¿verdad?
—Algo así. —Claire se mordió el labio—. Me siento diferente, pero no sé por qué.
—Quizá por todos esos hombres sexys que pasan por aquí.
—Sí, claro. —Claire sonrió.
—Tal vez encuentres a uno en lo de la cena. Quizá conozcas a alguien que te deje
boquiabierta.
—No. —Claire la miró muy seria—. No. Eso no va a pasar. Puedo mirar a los hombres y
pensar que son atractivos. Pero para ser sincera, eso también lo hacía cuando Bill estaba vivo.
Sin embargo no puedo... No puedo conectar con ellos. Y tampoco quiero.
—¿Y si conoces al hombre adecuado?
Claire negó con la cabeza.
—No hay un hombre adecuado. Lo sabría si lo hubiera, pero no es así.
—No puedes estar segura de eso.
—Sólo se tiene una alma gemela —dijo Claire.
—Quizá, pero no deberías negarte posibilidades.
Claire volvió a negar con la cabeza.
—Llámame. Dime qué te dice Glenn. No estás sola en esto, Eavan.
—Gracias. —Eavan besó a su amiga en la mejilla con suavidad.
—Cuídate —dijo Claire—. ¿Necesitas que te eche una mano para meterla en el coche?
Eavan respondió que no.
—Estoy acostumbrada —explicó—, pero me está costando una fortuna en visitas al
quiromasajista.