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—Yo también estoy encantada de haberte conocido —dijo Lacey tranquila.<br />

—Claire...<br />

—Papá, no pretendo ofenderos ni a ti ni a Lacey al marcharme. De verdad que no. Te<br />

llamaré. —Claire cogió su bolso y salió del restaurante sin mirar atrás.<br />

Recorrió a grandes zancadas la calle Dawson y atravesó la calle Duke hasta llegar a<br />

Grafton. El lugar estaba lleno de gente, artistas callejeros, personas haciendo trencitas y<br />

lectores del tarot; todos luchando por hacerse un hueco en las puertas de los grandes<br />

almacenes y las boutiques. Hacía siglos que no iba al centro y no lidiaba con las masas de<br />

consumidores de la calle Grafton. Todavía le martilleaba el corazón en el pecho, como llevaba<br />

martilleándole desde que había quedado con Lacey y su padre.<br />

La mujer estaba bien, reconoció, pero era tan distinta a sus expectativas que le costaba<br />

aceptarla. Nunca hubiera imaginado que su padre acabaría con una persona tan dinámica y<br />

formal, tan absolutamente diferente de Eileen. Entonces Claire se dio cuenta de repente de<br />

que tal vez por eso Con quería estar con ella. «Pero desde luego —masculló delante del cajero<br />

donde había parado a sacar dinero— que no se esperaba a una persona con dos hijos. ¡Y una<br />

nieta! E hijos de dos padres distintos.» Lacey tenía razón en lo de que sonaba a caso de<br />

asistencia social, pero parecía una mujer muy centrada. Había conseguido resolver su vida.<br />

«Probablemente me desprecia —pensó Claire mientras se metía el dinero en la cartera—.<br />

Lloriqueando por el matrimonio de mis padres como si hubiera algo que yo pudiera hacer.<br />

Comportándome como una estúpida niña. Pero... pero... —agarró con fuerza su cartera— todo<br />

está cambiando a mi alrededor otra vez. Todo está saliendo mal y no puedo hacer nada para<br />

detenerlo.»<br />

Inspiró profundamente el cálido aire veraniego. De repente le costaba respirar. «No quiero<br />

que las cosas cambien —pensó con tristeza apoyándose en la pared de ladrillo rojo del banco<br />

—. Quiero saber que algunas cosas nunca cambiarán. Quiero que mis padres sigan<br />

queriéndose.» Parpadeó a la luz de la tarde y dejó que su vista se perdiera en la larga calle.<br />

Súbitamente recordó las noches en las que su madre se sentaba delante de la tele, con las<br />

agujas de tejer entrechocando interminablemente, mientras su padre trabajaba hasta tarde. Se<br />

preguntó cuántas veces llegaría tarde de trabajar en realidad. Y qué había supuesto para<br />

Eileen mantener la farsa. Un mujeriego empedernido, como el marido de Joanna. Y sabía que<br />

Joanna no se equivocaba al divorciarse.<br />

«No puedo obligarles a que se quieran —se dijo a sí misma finalmente—. No puedo hacer<br />

que sigan juntos. No hay nada que permanezca siempre igual.»<br />

Un ligero sentimiento de pánico volvió a inundarla. Se alejó del cajero y se detuvo ante el<br />

colorido y alegre escaparate de una floristería. Había azucenas rojas, girasoles amarillos y<br />

claveles de colores. Pensó en la cantidad de floreros vacíos que había esparcidos por su casa<br />

y sacó la cartera. Las flores ayudarían. Las flores siempre ayudaban.<br />

Estaba pagando cuando de repente vio a Glenn Keating a lo lejos. Estaba sentado en una<br />

terraza, con un vaso casi vacío delante, leyendo el periódico. Claire estaba tan sorprendida de<br />

verle que estuvo a punto de olvidarse de coger el cambio del florista.<br />

Caminó hasta el bar y se detuvo delante de él.<br />

—Hola, Glenn.

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