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único que digo, mamá, es que debería parecer que has hecho un esfuerzo.
Claire recordó la noche en que salió con Paul y que todos los hombres y mujeres del
autobús le parecía que habían hecho un esfuerzo.
Y también Paul se había esforzado por ella. Supuso que llevar una falda de hacía cinco
años y una chaqueta, aunque no se la hubiera puesto en tres años, no era exactamente hacer
un verdadero esfuerzo.
—¿Y qué requeriría haber hecho un esfuerzo? —preguntó.
—Algo más animado —contestó Robyn—. Ya sabe, algo que diga «estoy libre, soltera y
disponible».
—¡Robyn O’Malley!
Robyn y Georgia comenzaron a reírse otra vez.
—No es divertido —las regañó Claire, aunque su boca empezó a temblar de risa.
—Lo único que queremos decir —le explicó Georgia—, es que no hace falta que parezcas
una monja a la que han dejado salir por un día del convento.
—¡No lo parezco! —protestó Claire.
—Tal vez si se pusiera un poco más de pintalabios, señora H... —sugirió Robyn.
—Eso es —convino Georgia—. Ese azul te hace parecer muy pálida y poco interesante.
Más colorete y pintalabios podría arreglarte.
—No necesito que me arreglen. —Claire se mantuvo firme—. Voy bien.
Las dos chicas no parecían convencidas.
—¿Y qué pasa con tus faldas nuevas? —preguntó Georgia.
—Son demasiado informales —protestó Claire.
—Vale, lo que tú digas —respondió su hija, se encogió de hombros y después le guiñó un
ojo a Robyn—. Venga Robs, vamos a mi estudio hasta que llegue tu madre.
—Vale. —Robyn asintió con la cabeza y las dos chicas salieron trotando de la cocina.
Claire volvió a desdoblar el periódico.
Leonie O’Malley las recogió a la hora convenida y las hizo chillar de alegría cuando les dijo
que pararían en su restaurante chino favorito de camino a casa, porque a ella no le apetecía
cocinar. Saludó a Claire con la mano y le deseó que lo pasara bien. Después desapareció en
la noche.
Cuando se hubieron marchado, Claire subió a su habitación y se miró en el espejo. No
parecía pálida y poco interesante. Parecía una mujer normal que iba a salir por la noche. No
una mujer de treinta y tantos intentando parecer que tenía veintitantos. Bueno... sólo... normal.
Pero quizá, concedió, un poco aburrida. Tal vez por eso había metido la falda y la chaqueta en
el fondo del armario; no porque le quedaran pequeños, sino porque eran demasiado aburridos
para ella.
Se sentó en el borde de la cama y pensó un momento. Cuando salía con Bill (no demasiado
a menudo, claro, porque él siempre estaba hecho polvo después de un día de consulta)
normalmente llevaba vaqueros y una camiseta. O vaqueros y un top bonito. Si se arreglaba, se
ponía una de sus faldas floreadas en lugar de los vaqueros o, dependiendo de cuánto quisiera