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espero que Lacey y tú seáis muy felices juntos.<br />

—Gracias —respondió Con—. Quiero presentársela a Georgia. Si te parece bien, claro.<br />

—Por supuesto... Georgey está... —Claire miró a su alrededor—. No tengo ni idea de<br />

dónde está Georgey. Hace un minuto estaba aquí... Hay un pequeño grupo de amigas suyas<br />

en la parte de atrás del jardín, que evidentemente no se quieren mezclar con los carcamales<br />

de por aquí. Pero no veo a Georgia...<br />

Georgia y Steve estaban sentados en el césped del fondo del jardín, fuera de la vista<br />

gracias al manzano y un arbusto de escalonia. A Georgia le había sorprendido lo delgado que<br />

parecía Steve en comparación con el chico que recordaba de Galway, y también la cantidad<br />

de granos que le habían salido de repente. (Se dijo rápidamente que los granos no eran un<br />

problema, porque ella también los tenía cada dos por tres, pero aun así, su pobre piel parecía<br />

tener erupciones por todas partes.) Era agradable verlo, pero en su cabeza se había hecho<br />

una imagen de él como de un chico más alto y atlético. El Steve real no era tan guapo como<br />

ella recordaba.<br />

—¡No me puedo creer que hayas venido! —dijo Georgia.<br />

—Me invitaste —le recordó él.<br />

—Lo sé.<br />

—Es genial tener algo que hacer un sábado, para variar.<br />

—Gracias por todos tus mensajes —dijo ella.<br />

—Me gustan—respondió—. Me ayudan a mantenerme cuerdo.<br />

—¿Cómo van las cosas en casa?<br />

—Como siempre.<br />

Se quedaron sentados en silencio, rodeados por los sonidos de las conversaciones y las<br />

risas del resto de la gente que estaba en la barbacoa. Cómo era posible, se preguntó Georgia,<br />

que hubieran sido capaces de mantener conversaciones mediante mensajes que habían<br />

acabado con su saldo de móvil en una tarde y que ahora fuera tan difícil hablar con él cara a<br />

cara. Georgia no quería decir nada estúpido que le hiciera arrepentirse de haber ido, pero él<br />

tampoco estaba ayudando en absoluto, allí sentado, sin abrir la boca a menos que ella hablara<br />

primero. Había imaginado que cuando finalmente volvieran a encontrarse, habría otra vez<br />

chispa entre ellos. De algún modo, se había hecho a la idea de que todo encajaría, y él se<br />

daría cuenta de lo mucho que ella le importaba. Y Georgia sabría cuánto le importaba él. Ella<br />

había creído que los dos se darían cuenta de que estaban hechos el uno para el otro. Almas<br />

gemelas. Cogió una brizna de hierba y la frotó entre los dedos. ¿Qué tipo de tontería era<br />

aquélla? No eran almas gemelas. Eran simplemente amigos.<br />

—¿Estás bien? —preguntó él de repente.<br />

—Sí, claro.<br />

—Creía que a lo mejor te estabas arrepintiendo de haberme invitado.<br />

—Yo creía que tú te estabas arrepintiendo de haber venido.<br />

Él sonrió. Era su sonrisa, recordó, lo que le había parecido tan atractivo en Galway. Le<br />

arrugaba la cara y los ojos y le hacía parecer aún más atractivo. A pesar de los granos.

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