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tengo que arreglar eso.» Quizá en un centro de jardinería supieran de alguien que pudiera<br />

ocuparse.<br />

Cogió el listín de teléfonos y, cuando estaba a punto de buscar centros de jardinería,<br />

recordó la floristería que había visto al pasar. Le había gustado la pinta que tenía y, en<br />

general, siempre que podía prefería contratar a empresas locales. Así que decidió acercarse<br />

a la zona comercial y preguntar allí primero. Si no le parecía que dieran la talla, entonces<br />

buscaría en el listín.<br />

Phydough la miró esperanzado al verla bajar la escalera, pero sabía que, aunque ella se<br />

hubiera colgado el bolso al hombro no era la hora de su paseo. Claire le acarició la cabeza y le<br />

dio una galletita, que el perro sacó al jardín para comérsela a la sombra del arbusto de<br />

escalonia.<br />

—Hasta luego —le dijo y cerró la verja a sus espaldas.<br />

Calor, calor, calor. No recordaba temperaturas tan altas. Ni siquiera durante los veranos de<br />

su infancia, que, hasta entonces, siempre le habían parecido más cálidos y soleados que los<br />

de su vida adulta. Sus chanclas color rosa golpeaban suavemente el asfalto agrietado y su<br />

ligera falda de algodón se arremolinaba entre sus piernas. Llevaba de nuevo una camiseta de<br />

tirantes blanca. Una adolescente de piernas morenas, con un top y una minifalda naranja<br />

brillante a juego pasó a su lado. Claire la miró con envidia. «Debe de ser agradable ir a todas<br />

partes con ropa diminuta y sentirte bien contigo misma.» Entonces se echó a reír, porque ese<br />

tipo de ropa estaba bien a los diecinueve, pero no era adecuado para una madre con una hija<br />

de catorce años, con las rodillas hechas polvo y cicatrices en las piernas, ¡aunque tu madre<br />

insista en que tienes buenas piernas!<br />

La puerta de la floristería estaba abierta. Claire se apresuró por la calle principal, detrás de<br />

la adolescente. Todavía la estaba mirando, envidiando su belleza y juventud, cuando se<br />

dispuso a entrar en la floristería. Por eso chocó bruscamente con el hombre que salía, llevando<br />

un arbusto de laurel real en una maceta de terracota.<br />

—¡Mierda! —El hombre se tambaleó adelante y atrás, y a continuación la maceta con el<br />

árbol se le cayó sobre la acera, justo delante de la tienda, donde se partió en cinco grandes<br />

trozos.<br />

—Ups. —Claire miró horrorizada la maceta rota y el malogrado árbol—. Ha sido por mi<br />

culpa. Lo siento muchísimo. —Abrió los ojos como platos al ver al hombre con el que había<br />

chocado—. Oh —dijo—. Eres tú.<br />

—¿Qué pasa contigo? —preguntó Nate— ¿Estás en campaña de derribo de hombres?<br />

¿Dónde está el chucho esta vez?<br />

«Por qué sigo encontrándome a este tipo tan desagradable —pensó Claire—. Si fuera más<br />

simpático, podría parpadear e incluirlo en mi proyecto de investigación, pero siendo como es,<br />

ni loca.»<br />

—He dicho que lo siento —repitió—. Me disculpé entonces y me he disculpado ahora. Y la<br />

otra vez no te tiré yo, fue mi perro. Ahora todavía estás de pie, sólo se ha roto la maceta, así<br />

que relájate.<br />

—El laurel podría haber sufrido un shock —replicó el hombre—. Dile a él que se relaje.<br />

—Si se muere lo pagaré —dijo Claire—. ¿Eso te hace más feliz?<br />

Él contempló la maceta rota, la pila de tierra y el arbusto caído, y después la miró a ella con<br />

seriedad.

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