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como pudiera. No me había dado cuenta... —Miró los ojos somnolientos de Claire y su pelo<br />

revuelto— ¿Quieres que vuelva más tarde?<br />

—¿Qué hora es? —preguntó ella.<br />

—Las ocho y media.<br />

Parpadeó atónita. No recordaba la última vez que se había levantado más tarde de las seis<br />

y media. Bostezó y se frotó los ojos.<br />

—Lo siento muchísimo —dijo—. ¡Creía que serían más o menos las siete! Supongo que me<br />

he quedado dormida. Pasa. —Dio un paso atrás y le dejó entrar hasta la cocina—. ¿Quieres<br />

una taza de té u otra cosa? —preguntó mientras abría las puertas de los armarios.<br />

—No, gracias —respondió—. Ya he desayunado. Llevo siglos levantado.<br />

Claire recordó de repente que sólo llevaba una camiseta que ni siquiera le llegaba a las<br />

rodillas.<br />

—Mejor me voy a vestir como es debido —dijo. Su corazón había vuelto a acelerarse y notó<br />

cómo le subían los colores.<br />

—Bueno, por mí no te preocupes —comentó Nate—. Yo voy a trabajar. —Salió al jardín y<br />

ella subió a su habitación.<br />

¿Cómo podía ser que encontrara a aquel hombre tan atractivo? ¿Qué demonios pasaba con<br />

él... o con ella? No le había gustado la primera vez que lo conoció, se había sentido casi<br />

obligada a que hiciera el presupuesto para el jardín, y luego había sido incapaz de rechazarlo<br />

porque era un precio muy razonable, pero en realidad ella no quería que estuviera allí. Sin<br />

embargo, ahora que lo estaba, no podía quitarle los ojos de encima. Tragó saliva. ¿Se<br />

referirían a eso cuando hablaban de lujuria? Ya se lo estaba imaginando sin camiseta, con el<br />

cuerpo reluciente de sudor. ¡Y ella no era de las de tórrido y sudado, por Dios! No le gustaba<br />

el sexo brusco y directo, sino lo sensual, con velas, luz suave y sábanas limpias.<br />

Tembló. Tres años. Tres años sin sentir el más remoto deseo de acostarse con nadie y<br />

ahora estaba pensando en hacerlo con un hombre que ni siquiera le gustaba, y, lo que era<br />

peor, con un hombre que estaba casado. «Debo de estar un poco trastornada —se dijo—.<br />

Seguro.»<br />

Se sentó en la esquina de su cama de matrimonio y miró una foto de Bill que tenía en la<br />

mesita de noche. Era su foto preferida de él, la había sacado en una playa de Dollymount el<br />

año anterior al accidente. Habían ido a pasear una tarde, a principios de otoño. Había sido<br />

maravilloso cuando el cielo se había despejado gracias a la brisa que barrió la bahía y que<br />

levantó olas de espuma blanca frente a ellos. El mar estaba espectacular y Claire había<br />

sacado el teléfono con cámara que Bill le había regalado por su cumpleaños y le había hecho<br />

una foto natural, sin posar, con el mar al fondo. Bill estaba sonriéndole, pero no era la sonrisa<br />

de alguien que sabe que lo están fotografiando, sino la de alguien que está compartiendo una<br />

broma. De repente ya no sentía ninguna lujuria por Nate Taylor.<br />

—Nunca habrá nadie más —susurró suavemente con la foto pegada a la mejilla—. Jamás.<br />

Tres horas más tarde, Georgia salió de su habitación y trotó escalera abajo. Echó un<br />

vistazo a Nate Taylor por la ventana de la cocina y luego frunció el cejo preguntándose dónde<br />

estaría Claire. Los ruidos procedentes de la clínica la hicieron encaminarse hacia la entrada y<br />

bajar al sótano.

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