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mosquitos al atardecer.
—¡Tendríamos que haberlo pensado! —Georgia parecía angustiada—, Estoy segura de que
las vi en la página web de Tesco.
—Ya es demasiado tarde —dijo Claire.
—Quizá en la ferretería tengan —sugirió Georgia—. ¿Voy a ver?
—Si quieres... —Claire se sentía bastante aliviada ante la idea de que Georgia se fuera de
casa un rato. Estaba agotada por los esfuerzos de su hija para asegurarse de que la barbacoa
fuera el acontecimiento social más exitoso que habían organizado en sus vidas.
—¿Tienes dinero? —preguntó Georgia.
—Mi bolso está en la mesa de la cocina —respondió Claire—. Intenta no gastártelo todo.
—No te preocupes, estoy limitada por lo que puedo acarrear de vuelta —contestó Georgia
alegremente, y se marchó al trote.
Claire y Eileen intercambiaron una mirada.
—¿Qué te parece una taza de té? —sugirió Eileen.
—Maravilloso —convino Claire.
Acababan de beber su segunda taza, y Claire estaba preguntándose cuánto tiempo podía
tardar Georgia en ir y volver de la ferretería, cuando ésta regresó, tambaleándose bajo media
docena de antorchas de dos metros de alto.
—Tienes que estar hecha polvo. —Claire se las cogió de los brazos—, ¿Cómo te las has
arreglado para traer todo esto?
—Ha sido más fácil de lo que crees. —Georgia se dejó caer en la silla—. Me han traído a
casa.
—¿Eh?
—De camino a la ferretería me pasé por Taylor’s —explicó—, porque creí que tal vez ellos
tuvieran antorchas.
—Georgia, es una floristería, por amor de Dios.
—Pero también se dedican a los jardines —observó Georgia—. Y me hubiera ahorrado
mucho esfuerzo, pero no las tenían. Nate me ha explicado que tienen algunas cosas para el
jardín, como el termómetro, pero que no disponen de mucho en stock. Sin duda nada
demasiado grande, porque la tienda es bastante pequeña.
—¿Así que al final fuiste a la ferretería?
—Sí, pero me llevó Nate.
—¿Que él qué? —preguntó Claire consternada.
—A mí no me importa ir en coche —respondió Georgia con naturalidad—, y cuando le dije
qué era lo que iba a hacer, se ofreció a llevarme a Tesco, porque sabía que allí estaban de
oferta.
—Pero ¡bueno, Georgia! —Claire la miró enfadada—. No deberías haber permitido que
hiciera eso.
—Se ofreció —repitió Georgia.
—Lo sé, pero sigue siendo un extraño, y te he dicho miles de veces que no debes subirte a
coches con desconocidos.