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ponerse, cómo comportarse y todo tipo de cotilleos tontos que eran bastante divertidos, pensó
Claire, pero también bastante superficiales. Sin embargo, tenían razón en lo de qué ponerse,
reflexionó, mientras repasaba su ropa con la mirada. Ella no tenía nada apropiado. Nada de
nada. Se levantó. Las revistas decían que ir de compras era bueno cuando te sentías
deprimida, aunque también te advertían de que no compraras cosas que no necesitabas. No
obstante, ella necesitaba con urgencia un vestido nuevo. Lo necesitaba realmente. Tal vez ir de
compras acabara con la sensación de desazón que siempre le quedaba después del sueño, y
que ella quería dejar de sentir.
En Galway había dejado de llover, y había salido el sol, que brillaba como un diamante
sobre la reluciente superficie de asfalto del patio que había frente al colegio. Georgia y Steve
Ó Sé estaban sentados apoyados en el muro que lo rodeaba. Georgia estaba escuchando
música en su iPod y Steve leyendo un libro sobre folclore irlandés.
—Que la semana que viene a esta hora estaremos de camino a casa —comentó él mientras
cerraba el libro.
—¿Eh? —Georgia se quitó los auriculares.
—Que la semana que viene a esta hora estaremos de camino a casa —repitió él—. Cuesta
imaginarlo.
—¿No quieres volver a casa? —lo miró ella astuta.
—Sí, sí quiero —contestó—. Aquí me aburro. Si no fuera por ti, creo que me habría ido a
casa a pie hace tiempo.
Ella le sonrió
—¿Si no fuera por mí?
—Eres la única persona interesante de este sitio —afirmó él.
—No seas ridículo —le espetó Georgia—. Yo no soy interesante. Soy normal.
—Eres encantadora —dijo Steve—. Mirarte es maravilloso, y conocerte también.
Georgia se puso muy roja y Steve le sonrió.
—Me gusta estar contigo —prosiguió—. Eres la primera chica que conozco que no... que no
es como una chica.
—Estupendo —se burló Georgia horrorizada—. Me ves como... ¿exactamente qué?
—Ya sabes a lo que me refiero —le explicó Steve—. No eres todo risitas, tonterías y
parloteos sobre los grupos de chicas o de chicos, o sobre famosos de los que nunca he oído
hablar.
—No hago eso contigo, pero cuando estoy con mis amigas, mi vida es un torbellino de
cotilleos tontos —reconoció.
—Apuesto a que tu vida no es así —sonrió Steve.
—No siempre —admitió ella—, pero me gusta leer Heat, Closer y todas esas revistas sobre
famosos. ¿Cómo pueden no gustarte? En realidad son tan horribles que es divertidísimo
leerlas y ver a la chica del momento con un grano enorme en la mejilla o cualquier cosa. Ya sé
que es superficial, y que debería estar más preocupada por mis exámenes que por la piel de
Britney, pero no me importa.