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de que nadie durmiera allí. ¿Qué demonios estaba pasando?
Claire se apartó el pelo de los ojos y se quedó atónita al darse cuenta de que eran más de
las diez. Pero era muy tarde cuando finalmente se había ido a la cama, porque Nate y ella
estuvieron en el jardín hasta el amanecer. Habían pasado parte del tiempo besándose. Claire
ya había decidido que un beso no siempre era sólo un beso. Pero la mayor parte de la noche
habían estado hablando. No todo había sido profundo y significativo. Había habido un montón
de bromas fáciles, y Claire se había dado cuenta de lo mucho que echaba en falta ese tipo de
conversación con alguien especial. Sin embargo, no estaba lista para acostarse con él. Se dio
cuenta cuando entraron en la casa y ella le explicó que, si alguna vez lo hacía, no sería cuando
Georgia estuviera allí. Él había sonreído y asentido con la cabeza, y después le había
explicado que no se le daría nada bien si pensaba que había la más mínima posibilidad de que
Georgia los oyera. Le contó que era ruidoso y lujurioso en la cama. Cuando dijo aquello, ella se
echó a reír.
En ese momento, Claire le explicó a Georgia que Nate había vuelto con el cuadro, y que
Phydough lo había tirado por la escalera y él había torcido el tobillo.
—Dios, mamá, vosotros dos juntos sois zona catastrófica.
—Nosotros también hemos llegado a esa conclusión —convino Claire mientras salía de la
cama y se volvía a poner la bata sobre el pijama.
Nate estaba sentado a la mesa de la cocina cuando las dos bajaron juntas.
—He puesto la tetera—comentó—. Espero que no te importe.
Claire negó con la cabeza.
—Llamaré a Sarah y le pediré que me venga a buscar —dijo Nate—. Me puede llevar a mi
casa. Está a cinco minutos en coche. Aunque probablemente podría ir a la pata coja si me lo
propusiera.
—¿No vivís juntos? —preguntó Georgia.
—Por supuesto que no. —Él parecía horrorizado—. Trabajamos juntos. Eso es suficiente.
Casi nos matamos cuando vivimos juntos. Somos demasiado diferentes como para que
funcione.
—Mamá y tú también tenéis muchas probabilidades de mataros el uno al otro —dijo Georgia
animada.
—Lo sé. —Los ojos de Nate brillaron al mirarla—. Pero estamos dispuestos a correr el
riesgo.
—Me alegro —exclamó Georgia—. ¿Ya te ha dado mi lista?
—¿Qué lista?
—Los requisitos para cualquier hombre que salga con ella.
Nate la miró asustado.
—No me ha dicho nada de ninguna lista.
—No quería aterrorizarte más de lo que ya lo había hecho —explicó Claire—, pero no te
preocupes, te la daré.
—¿Acaso vosotras dos siempre os vais a aliar contra mí? —preguntó él.
—Siempre —le confirmó Georgia—, pero como te has lesionado el tobillo te pasaré el
teléfono para que puedas llamar a Sarah. Que nadie diga que no me preocupo por los